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Libros

Los nazis y la familia

Javier García Cellino y Julio Rodríguez, dos autores asturianos con sendas novelas cumplidas que resisten cualquier comparación

Parten las dos novelas que comento de un defecto insuperable: las firman autores asturianos. Me imagino, pues, su distribución en gran medida asturiana, con lo que han de pasar pronto a los terrenos del "me gusta" en las redes y al muy bueno lo tuyo en los encuentros por la calle. Sabido es lo más que generosos que aquí somos con los productos literarios de la zona, región o autonomía, no desdeñando el no leer ni una gota de lo nuestro o dedicándole todas las pullas que la envidia dictase. Al de casa, ni agua. Si Javier García Cellino (felguerino del 47, narrador y poeta premiadísimo, alguien a quien veo como pertinaz agitador cultural) o Julio Rodríguez (ovetense del 71, narrador y poeta premiadísimo también, zumbón y guerrero según dicen) me tuviesen como agente literario, les hubiese aconsejado hacerse nacer en las solapas bien en Malabo, bien en Sinsheim, acreedores entonces a las mejores críticas aquí firmadas por su condición foránea. Es lo que hay. Digo ya, por variar tal costumbre, que ambas son novelas cumplidas en su género, nada que envidiar a turolenses, bilbilitanos o sexitanos.

Se decanta Cellino por la novela corta y es de ver lo mucho que consigue embutir en menos del centenar de páginas. No sólo unas historias de amor, sino a un Wagner redivivo, los nazis, Auschwitz, la Argentina, París, descripciones (pocas), diálogo (abundante), venganza cumplida y hasta los mensajes que la BBC dirigía a la Resistencia francesa preparando el desembarco de Normandía. La capacidad de síntesis ha de deberse a lo que la contraportada del libro llama "prosa ajustada" y que entiendo como un apartarse del vuelo largo en el párrafo para centrarse en la chicha del asunto: no hay más páginas y hay mucho que contar. Pero no por ello Cellino resume -digámoslo así- sino que en más de una página se deja llevar por el ritmo lento que lo narrado pide. Se lee en un momento y deja poso largo, no hay excusa para no entrarle.

Acidísima me resultó Una mala racha, pues no en vano se adentra en ese infierno doméstico que es tantas veces la familia: "Mi padre siempre puso todo de su parte para que en la familia lo detestásemos sin el menor remordimiento", por ejemplo. Un reclamo ineludible hace que un escritor cincuentón y harto de ganarse el cocido escribiendo libros de autoayuda regrese a los terrenos de madre, padre y demás familia para comprobar cómo todo sigue igual que en su desolación lo temía: encuentros con mala baba, exigencias, amistad rencorosa (¿oxímoron?), locura o lucidez paterna al embarcarse, literalmente, para el último viaje, ya todo sin que haya días azules ni sol de la infancia. Atrapa la novela de Julio Rodríguez por hacernos esperar como lectores ese fulgor de remate de secuencia ("El viento me golpeó la cara como un boxeador sin fe", valga la muestra) que salpimenta la sordidez o el desaliento en compañía extraña de un humor duro (¿oxímoron otra vez?). Pero ojo con el humor: "Desconfía de una novela sin humor, es como una casa construida en terreno pantanoso, una ruina segura. Pero si solo tiene humor, entonces tendrás un buen solar, una finca no edificable; no será literatura, será otra cosa". No hay espacio para decir más: consuma usted productos asturianos y dejen las prosas accitanas para los muy nobles accitanos. Todo está aquí.

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