El forense, apasionado lector y crítico de novela negra, Miguel Oros, cuando concluye alguna obra del género, a veces sentencia: "Qué mal mata este autor". Se está refiriendo a que muchos escritores se documentan poco antes de escribir y, en esta posmodernidad en la que vivimos, nos hacen creer, tomándonos por idiotas, que está vigente el "todo vale". Eso provoca que sus tramas sean poco creíbles; sus personajes no se correspondan con nada de lo que pulula por la realidad; las comisarías parezcan naves espaciales -caso de CSI-; no sepan distinguir fusil de un rifle ni de una metralleta ni de un subfusil ni de una escopeta, todo es lo mismo, hasta los hay que confunden los cañones yuxtapuestos en las escopetas con los que se denominan en paralelo; y así sucesivamente en este boom de la novela negra que nos ha tocado vivir. Miguel Oros se centra en otro gran error: no documentarse para saber cuándo, bajo qué circunstancias, la víctima puede morir o quedar gravemente herida o simplemente magullada. Les pongo un ejemplo real: hace muchos años en una localidad leonesa, un desequilibrado salió a la calle con un machete. Después de matar a tres transeúntes, se abalanzó sobre un policía local, que realizó tres disparos sobre el cuerpo del sujeto. Ni siquiera lo contuvo, aun alcanzó al policía y lo mató. Fíjense, no solo hay que tener en cuenta los puntos vitales sobre los que se dispara -en la realidad y en la ficción-, también que el calibre del arma posea poder de contención -en el caso que nos ocupa era un 9 corto, insuficiente-. Si esto se obvia en la narrativa -por dejadez, por desprecio al lector, por no patear el asfalto y vivir en burbujas de cristal-; entonces, "el autor no sabe matar". Esa falta de rigurosidad, de investigación, de realismo es lo que ha provocado que muchos jueces, policías, forenses y profesionales de la seguridad hayan saltado el mundo de la narrativa para contar los hechos tal y como ocurren en nuestras calles.
Olivier Norek (Toulouse, 1975) sabe esto a la perfección y ya lo demostró en sus obras anteriores aún sin traducir, Code 93 y Territoires. Fue teniente de la Policía judicial -actualmente en excedencia- en el distrito de Sena-Saint-Denis y comenzó a escribir sobre lo que ocurría en los barrios de la periferia parisina hasta culminar con Efecto Dominó, con la que se ha alzado con el galardón de mejor novela negra europea 2016, y desde esta semana en las librerías españolas. La trama se desarrolla en Sena-Saint-Denis, un escenario perfectamente conocido por Norek. Utiliza la técnica de no describir lugares en los que nunca se ha estado, así no se cometen errores (aún seguimos preguntándonos dónde se encuentra la ciudad de Sevilla descrita por Dan Brown en La fortaleza digital). Allí nos sitúa a Víctor Coste, capitán de la Policía judicial, y a su equipo, encargados de la investigación de un secuestro y el asesinato posterior del rehén. En paralelo nos introduce en la vida y movimientos de los presos del Centro Penitenciario de Marveil, un lugar donde "estás completamente solo. Y si algún día crees tener un amigo... no te fíes de él" (p.28). Las calles de Sena-Saint-Denis, las investigaciones del grupo de Coste, los despachos del poder donde se mueven los hilos y el interior de la prisión se enlazan en una buena madeja de sangre, sexo, drogas, dinero y violencia. Al final de la novela, tienes un sabor agridulce porque te ha mostrado que nunca llueven pétalos de flores, que la realidad es dura, a veces muy dura para ciertas personas sin recursos, y te quedas con la reflexión de Coste: "No os equivoquéis, nos corresponde a nosotros conseguir que este caos tenga un final feliz". En toda la obra sigue ese principio, acuñado por Andreu Martín: "La realidad es así. Si no te gusta, cámbiala". Precisión, rigurosidad, documentación y realismo, los cuatro ingredientes de la narrativa de Norek.
