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La brújula

Buscar belleza contra las heridas de la barbarie

Catherine Meurisse, superviviente de la masacre de Charlie Hebdo, conjura su dolor en La levedad

Preparación del llamado "número de los supervivientes". IMPEDIMENTA

A Catherine Meurisse la salvó el despertador. Sumida en una profunda crisis sentimental, se había pasado la noche dando vueltas en la cama y no consiguió pegar ojo hasta poco antes de que el reloj intentase en vano despertarla a golpe de alarma. Así que llegó tarde a la reunión matinal que el 7 de enero de 2015 celebraba la redacción de Charlie Hebdo y se salvó de la masacre. Libró la vida, y su retina y oídos se ahorraron el infierno que sin duda anidará siempre en la memoria de quienes sí estaban en aquella sala y no murieron. Pero no se libró de caer en el abismo. Un hundimiento del que le ayudaron a salir los maestros de la pintura y la escultura, y que Meurisse relata en imágenes en La levedad. Su inteligente autoanálisis en forma de cómic, salpicado de bellísimas acuarelas, al que más de 80.000 ejemplares vendidos han convertido en un éxito en Francia.

De Catherine Meurisse (1980) el lector español ya tuvo la oportunidad de conocer en 2016 su irreverente y sutil La comedia literaria (Impedimenta), un peculiar repaso a la historia de la literatura francesa desde el Cantar de Roldán a la espuma cotidiana de Boris Vian. Pero aquella irónica enciclopedia para letraheridos con sentido del humor había sido dibujada en 2008, tres años después de que, a los 25, la dibujante pasase a formar parte de la redacción de Charlie Hebdo. Siete años más tarde, Meurisse, como tantas víctimas de la barbarie, era un despojo anímico.

Vigilada por escoltas, perseguida por periodistas, ayudada por un psiquiatra, con la memoria rota y los nervios convertidos en un salpicón de miedos y ansiedades, Meurisse se pasa meses ovillada en el recuerdo e indagando en quién diablos se ha transformado y qué es lo que le está pasando. Sobreprotegida por familia y amigos, no le faltan en su noria momentos de humor en los que se pregunta cómo va a encontrar un novio encerrada en esa muralla humana. Hasta que se abre paso en su cabeza la idea de provocarse un nuevo "shock", esta vez mediante una sobredosis de belleza, y emprende el camino hacia Roma en busca de un síndrome de Stendhal que, conmocionándola, le devuelva algo de paz. Una ligereza, esa levedad que, aunque casi nunca se llegue a percibir, es el estado habitual del animal humano cuando no está aplastado por el peso de la desgracia.

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