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El eslabón entre Ultramarina y Bajo el volcán

En 2003, dos años después de su muerte, la albacea de Gabrial registró la copia mecanografiada y otro material relacionado con la novela en la división de manuscritos y archivos de la biblioteca pública neoyorquina. Desde entonces hasta su publicación, una década más tarde, el texto fue leído al menos por una docena de personas.

El lanzamiento de In Ballast to the White Sea se aireó como el eslabón entre la primera novela algo inmadura, Ultramarina, y su obra maestra, Bajo el volcán. A la oferta editorial siguió un gran aparato crítico, la obra incompleta, balbuceante, había sido revisada por un nutrido grupo de académicos. Nadie, en cualquier caso, intentó mejorar el texto, sino reproducir de la forma más fiel posible el borrador que mecanografió Gabrial. Se perciben diálogos sin pulir, hay una repetición constante de metáforas y una trama inconsistente que parece concebida por error. Sin embargo, la escritura es buena, a veces incluso deslumbrante. Muchas páginas del libro son maravillosamente evocadoras del norte industrial inglés o de una Noruega glacial, con grandes descripciones de bares y de barcos, los espacios que mejor conocía Lowry y donde más a gusto se encontraba. Pero la novela, en cuanto a trama, no avanza, se resiste. En lastre al Mar Blanco, o como se ha traducido aquí Rumbo al Mar Blanco, ofrece una visión de la formación en los años de entreguerras y de las propias incertidumbres ideológicas de Lowry. También, una recreación asombrosa de Liverpool, que el autor describió como una "ciudad terrible cuya calle principal es el océano". Un estudiante, durante una larga noche etílica, le dice a su hermano que tiene pensado suicidarse. Este, dudando de la sinceridad de la confesión, lo alienta a llevar a cabo el plan?

Llegado un momento, al igual que sucede con la trama, la novela se fractura y aparece ante el lector únicamente con notas, sugerencias y posibilidades de un desenlace, sin por ello dejar de intuirse un final feliz que contradice todo lo demás que ha escrito Lowry, tal vez porque en el momento en que la concibió todavía era joven, México no lo había ahogado con la bebida, su matrimonio aún no se había desmoronado, ni hecho mella en su ánimo el rechazo literario. Por ese motivo, seguramente, cuando volvió de debajo del volcán, no supo qué hacer con la parte paradisíaca de su divina comedia; la lucha del espíritu humano en su ascenso hasta su verdadero propósito no tenía ya razón de ser. Eran mil páginas de "excentricidades lingüísticas", como él mismo reconocería en una carta de 1946 a su editor Jonathan Cape. El paraíso, entonces, ya estaba olvidado, Lowry sólo prestaba atención al infierno.

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