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Inicios y paisajes

Cadaval. La venganza de un guerrillero, el debut literario de Alberto Polledo

Alberto Polledo.

Incluso la historia de los pueblos, la historia más local, se escribe con mayúsculas. Cualquier relato aglutinador deja entrelineados, huecos, vacíos. Rendijas cuyo espacio pide sacar a la luz el aroma de las trastiendas, de las cosas nunca dichas a su tiempo o mencionadas en voz baja. Es en este terreno siempre inédito y expectante donde aparece la figura del escritor de ficción con el propósito de mostrar que lo ficticio puede llegar a ser más fiable que lo real. Es el momento en el que surgen narradores como Alberto Polledo (Oviedo, 1943) que recurren a la invención como una forma de ordenar su propio pasado o el pasado que escuchó de sus congéneres o contemporáneos. Cadaval. La venganza de un guerrillero es una novela en la que, como en toda novela que se precie, podemos elegir más de un itinerario a seguir. No obstante, elijamos el que elijamos, la historia que nos cuenta Polledo gira, irremediablemente, en torno a Cadaval, ese guerrillero echado al monte que es la figuración de tantas vicisitudes y circunstancias reales que afectaron a los maquis y a la resistencia.

Aunque sea inevitable el contexto preciso y temporal, nada impide leer el libro como una novela de aventuras, especialmente en una de sus dos partes, donde un lenguaje ágil e intenso refleja con acierto la lucha por la supervivencia y por unos ideales.

Cadaval. La venganza de un guerrillero es también la prueba en clave literaria de una de las perversiones más mezquinas de la guerra: esa que aprovecha las diferencias políticas - ideológicas para saldar cuentas personales. Además es una novela de iniciación , ese género que parte de la "Odisea" y llega hasta nosotros a través de estaciones tan ilustres como La isla del tesoro o El camino.

Polledo maneja dos planos temporales en su narración no tan alejados entre sí como para que aún no ardan las brasas del plano más antiguo en el posterior. En ambos, sus protagonistas, dos chicos jóvenes, se abren a la vida y aprenden lecciones a base de sufrimiento, en el caso de Cadaval y sobre las alas de la curiosidad y la memoria en el caso de Adrián, el adolescente que, gozando de ese paraíso llamado verano, va haciendo y haciéndose preguntas hasta evocar la figura del mítico guerrillero.

Conocedor de la importancia que conlleva el espacio físico en su novela, el autor ovetense traza las coordenadas de un territorio plagado de verosimilitud en sus contornos y topónimos. Territorio que, sin tener correspondencia con la realidad y repartido por lugares con literaria sonoridad como Sienra o Linchón, se beneficia del exhaustivo conocimiento que Alberto Polledo, dilatado montañero y andarín, tiene de tantos y tantos paisajes. Y es dicho aspecto el que permite al escritor mostrar una de sus mayores virtudes: la de transformar la naturaleza en un personaje más, capaz de interactuar con la trama y el resto de personajes. No limitándose a la función de mero escenario o telón de fondo. Hay toda una tradición narrativa que cede la palabra a ríos, árboles, viento, lluvia... Jack London, Miguel Delibes, Julio Llamazares... Atento lector de estos y de otros nombres, Polledo da rienda suelta a su capacidad para "pintar" entornos como si fueran reflejos de sucesos o estados de ánimo: "Aún no ha amanecido y jilgueros, verderones, petirrojos, herrerillos, carboneros, mirlos, zorzales, golondrinas, gorriones y demás aves menudas gorjean a quién más, entre vuelos racheados y piruetas imposibles para llenar el buche.

En el robledal cercano brota el arrullo triste y monótono de tórtolas y torcaces, al que se suma el proster reclamo de la lechuza antes de rayar la amanecida; agorero sonido que, para algunos, anuncia la muerte de un ser querido".

Hasta tal punto tiene la naturaleza un papel preponderante en la historia, que se cierra con una frase expresiva y sintomática de lo que estamos diciendo.

Y como lo propio de la novela es, a veces, su voracidad, Cadaval. La venganza de un guerrillero guarda sitio para contarnos dos historias de amor. Para posar su mirada en la desconfianza que vincula a una comunidad y para escoger, en no pocas ocasiones, el vértigo como guía desesperada de la acción.

Según cuenta Alberto Polledo a propósito de su libro, "en su casa nunca hablaban de la guerra. Yo extraía conclusiones". Lean esta "conclusión" que ha servido al autor para debutar como novelista.

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