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En Balaídos siempre hay entradas

El fútbol español se parece muchas veces a una película de miedo, no se sabe si buena o mala, porque en cada esquina salta la sorpresa más inesperada que provoca susto al espectador. Al Sporting y a sus buenas gentes los han sorprendido con el episodio de la falta de entradas para quienes lleven una camiseta, una bufanda o un gorra rojiblancas. Desde Balaídos anunciaron el envío de doscientas localidades para el partido de las veintidós horas y cinco minutos del sábado, un horario que parece de Renfe y no de un partido de fútbol, pero es lo que tiene depender de las teles. El Sporting, consciente de que con ese número de localidades no tiene para empezar a abrir las taquillas, declina el reparto de las mismas. El Celta responde que no habrá entradas para los aficionados rojiblancos. Decisión que casa muy mal con el carácter caballeroso del club celeste que, además y desde siempre, ha ido de la mano del sector hotelero y hostelero de la ciudad. Vigo está regida por el Alcalde con mayor porcentaje de votantes de España, Abel Caballero, que siempre hace honor a su apellido. Fue decisivo en la solución de aquel problema suscitado por los descensos administrativos de Celta y Sevilla porque había sido ministro de Felipe González y supo tocar las teclas necesarias para salir de la crisis.

A partir de aquellos días de nervios y tensión el Celta se fue hacia arriba en la fructífera presidencia de Horacio Gómez, que años después dio paso al actual presidente, Mouriño, un gallego emigrado a México donde hizo un capital y que en su regreso a la tierra lleva al club por los mejores caminos posibles.

La decisión tomada con los seguidores rojiblancos seguro que procede de algún mando intermedio de Casa Celta desconocedor de la historia del club, cargada de señorío y que no puede incluir el borrón que quieren echar en ella. En Balaídos, damas y caballeros, señoras y señores diputados, siempre hay entradas por muchas obras de reforma que se realicen en el campo. En un partido de la Copa de la UEFA entraron en el campo diez mil portugueses que llegaron creyendo que el Benfica se iba a pasear y a dejar la eliminatoria sentenciada. Se llevaron un siete a cero. Igual que entraron diez mil portugueses pueden dos o tres mil seguidores del Sporting, con o sin camisetas o bufandas o gorras rojiblancas.

Los datos de asistencia a Balaídos no son, precisamente, los mejores de la Liga española. Un sesenta por ciento de ocupación de las gradas, según recuento oficial en la pasada temporada, deja al Celta en el puesto decimocuarto de los clubes españoles. En el treinta y cuatro por ciento restante caben, sin duda, las obras y la Mareona, y el sábado, a poco que las cámaras recorran las gradas, se comprobará. El Celta echa un borrón a su señorío, que seguro que evitarán el alcalde vigués y el presidente celeste. El Celta rompe la vieja vinculación entre club y sector servicios de la ciudad porque un Balaídos lleno en una noche de sábado da paso, sin duda, a un Vigo repleto de ambiente de unión asturgalaica, que a fin de cuentas es de lo que se trata en el fútbol, de disfrutar dentro y fuera del campo, de unir ciudades y regiones. En Balaídos siempre hay entradas. Por eso habrá que viajar a Vigo, ver a Halilovic y después, cenar.

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