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Bipolares

El fútbol no es más que un juego de sensaciones, pero sin buenos jugadores no se es nadie

En el Oviedo hay sitio tanto para los optimistas más desenfrenados, como para los pesimistas más pertinaces. El juego del equipo es el primero que invita a esos extremos rasgos de bipolaridad de la hinchada. Los que ven el vaso medio lleno están convencidos de que la extrema eficacia con el que los carbayones resuelven ahora los partidos es una muestra de solidez, de ser una roca en defensa, y de tener una pegada envidiable. Son, a sus ojos, los secretos del éxito para alcanzar la meta. O, al menos, para intentar de una forma seria el asalto a la Primera División.

Al otro lado, pero mezclados en la misma tribuna, los pesimistas alertan de que esta buena racha se va a acabar, que pronto vendrán mal dadas y que lo que se asemeja a un equipo preparado para ser un muro defensivo, no es más que suerte en muchos momentos del partido. Hay hueco para todos, pero el objetivo debería de ser común.

El partido en Murcia viene a confirmar varias cosas que se sospechaban. Por un lado, parece que el equipo comienza a tener el viento de cara en lo deportivo. Arriba, en los despachos todo vuelve a ser normal. Ya era hora, por cierto, de ganar partidos sin merecerlo, de, sin jugar bien, tener una racha positiva a la que agarrarse, de que los entrenadores del equipo contrario salgan confundidos, contrariados y escaldados a rueda de prensa, después de jugar contra el Oviedo. Es una época nueva, y en eso pueden coincidir tanto los optimistas como los pesimistas de las gradas. Ya podemos saber lo que se sentía cuando éramos las víctimas. La sensación no es del todo mala. ¿A qué no?

El futbol no es más que un juego de sensaciones, de intentar aprovechar las rachas y de tirar por esa inercia positiva hasta la extenuación. Qué se lo digan al Leicester. Pero sin buenos jugadores no se es nadie. Y cuando los buenos no están sobre el campo se nota, y mucho. Fue lo que pasó el domingo con Michu. El ovetense se ha convertido en la pieza clave del engranaje del escaso ataque azul. Sin él el juego ofensivo brilla por su ausencia, y el equipo acaba cayendo en una oscuridad de ideas que inmoviliza a los que deberían de controlar la artillería. No hay nadie que genere tanto miedo en los rivales como él, y no hay nadie en Segunda División que entienda el fútbol como Michu. Y aunque no esté anotando goles (lo acabará haciendo) siempre mete el miedo en el cuerpo a los contrarios y su toma de decisiones suele ser impecable. Es un jugador impoluto.

Afortunadamente, para regocijo de los optimistas, por atrás las cosas marchan bien. Los antiaéreos del equipo están perfectamente engrasados y preparados para desactivar a los batallones rivales. Verdés se comienza a parecer al jugador que se nos había prometido la temporada pasada y cuando no está la defensa lo nota. Igual que con Torró, porque el Oviedo juega al ritmo que quiere el alicantino. Sobre todo, atrás.

Pero pongámonos en la piel de los pesimistas. Y es que la mala racha puede llegar en cualquier momento. Porque en muchas fases del partido el juego del Oviedo transita sobre una fina línea que separa al éxito del fracaso. Vendrán mal dadas, y hay que estar preparados para cuando eso ocurra. Ahí será cuando quedarán al descubierto las costuras y se verá si hay la suficiente fortaleza para salir adelante.

Mientras tanto, sigan con su bipolaridad.

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