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EL Molinón: un señor campo

Está claro: el Sporting necesita hacerse valer en los despachos. Con presidente ejecutivo a tiempo parcial o tiempo completo. Con sueldo o cobrando por servicios prestados. Fernández II tenía un buen interlocutor en la Federación Española de Fútbol, asturiano por más señas, que habría adelantado la que se venía encima. Estas cosas a los grandes de "champions" no se las hacen. A los hechos nos podemos referir: el Camp Nou es un "manifestódromo", al menos desde que Jordi Pujol dejó a la deriva su reputación y la Generalitat. En las gradas del campo nacionalista se escuchan toda clase de insultos y retos sin que hayan cerrado el palco -que es lo que procede- y los insultos al resto de españoles sin domicilio en Cataluña. Se ataca por escrito y a coro consignas vejatorias, racistas. Para no agitar aun más las aguas constitucionales se hace el oído sordo y la vista se nubla.

En el otro escenario: Estadio Bernabéu para más señas. También se producen vulneraciones de las normas vigentes aunque en fase menguante. Florentino tiene mucho cuidado con inquietar a sus invitados del palco: las élites económicas y políticas a las que tanto debe. A los energúmenos los envió a galeras; pero cuando el Barça juega en la Castellana los insultos se escuchan al revés, desde el centralismo más cañí.

Si ahora viene el Comité de Competición a decretar el cierre parcial de El Molinón (que ganó justamente al Athletic, su visitante de aquella jornada de agosto) por los cánticos racistas contra el delantero Iñaki Williams -compañero de selección de Jorge Meré- se cometen un par de contradicciones: primero el propio afectado no se enteró, y eso que El Molinón cuando insulta -no por racismo precisamente- lo hace de verdad: a voz en grito; segundo las pancartas que sacan a pasear los futbolistas en las citas internacionales alertando contra el racismo deberían tener menos de exhibición y un poco más de compañerismo. Son bastantes los jugadores que -en plena tensión del encuentro- llaman de todo al contrario que porfía con él disputando la posesión del balón. Terminado el duelo: todos tan amigos.

En las gradas de El Molinón sencillamente cada vez hay menos jóvenes -y no tanto- utilizando su localidad para liberar mala leche insultado a diestro y siniestro porque para eso ya está la calle y hasta las instituciones. Las voces e insultos afloran hasta en la consulta del Centro de Salud del barrio. La exclusiva bronquista ya no está en esa orilla del Piles. Los estadios de hoy en día acogen a espectadores pacíficos: Teatros de Ópera en algunos casos.

El campo -glorioso e histórico- ya no es noticia por la parte alta de la clasificación, así que tampoco aspira a ser líder por los bajos instintos: hay unos cuantos equipos que superan al Sporting en malos modos, dentro y fuera del campo. La Mareona inunda las calles de las ciudades que visita con alegría y respeto. El cuadro gijonés está en la historia de aficiones con solera y deportividad, toda la grada, incluida, la que se pretende clausurar.

Así que señores que ven el fútbol desde un despacho lejano: vengan ustedes al partido- contra otro rival vasco este próximo domingo y comprueben con sus propios ojos esta realidad. Rectifiquen y vuelvan su mirada hacia otros estadios con más luz y taquígrafos. La Real como se rememoraba aquí esta semana ganó una Liga en un campo que siempre tendrán en su memoria. El Molinón sabe perder, y ganar, por supuesto.

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