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Víctor Rivera

Abelardo nos hizo guajes

La historia hará justicia al legado de un entrenador que escribió algunas de las páginas legendarias del club

El abelardismo es, con mucha diferencia, lo mejor que le ha pasado al Sporting en su pasado reciente. Y no es sólo una cuestión de resultados, que fueron tan excepcionales como sorprendentes; se trata de sentimientos, de identificación, de orgullo de ser del Sporting. Porque al Pitu se le podrán discutir algunas cosas (tampoco demasiadas), pero nunca su sportinguismo. No es fácil para un profeta jugar en casa y menos si esa casa es Gijón, donde tantas veces la boca se llena de cantera y de símbolos mientras se tienden alfombras rojas al primero que viene de fuera. Abelardo no titubeó cuando Javier Fernández le abrió la puerta del primer equipo y tuvo la poco frecuente dignidad de ser él mismo quien encaró la puerta de salida.

Atrás queda su legado, al que la historia le hará justicia. Porque la historia tiene memoria, no como este fútbol acelerado y de juego directo que tritura ídolos cada domingo. A Abelardo le sonrió el éxito, que le ayudó a escribir una de las páginas más bonitas en el libro de recuerdos de un club centenario. El Sporting de los guajes fue un equipo de autor, en el que se podía reconocer la mano del Pitu en cada detalle. Por eso se va, entre lágrimas, porque ya no se ve reflejado en un equipo que ha perdido la alegría, que ha renunciado al entusiasmo, que tiene bajo mínimos los niveles de ilusión.

Dicen que ha sido un caballero hasta el final, que ha perdonado su dinero para que pudiera llegar otro entrenador y que se hizo a un lado por el bien del Sporting, para ver si alguien acierta con la única tecla que le sonó desafinada. Las lágrimas de Abelardo, su lealtad al club, son un broche a la altura de su trayectoria. Se va el Pitu, pero quedan sus victorias. Queda aquella tarde mágica y nerviosa del Benito Villamarín que nunca podremos olvidar, aquella salvación agónica gracias al empuje de El Molinón. Queda el recuerdo del Pitu manteado por sus guajes y lanzado al cielo gijonés, quedan las calles de la ciudad teñidas de rojo y blanco, la Plaza Mayor abarrotada, la felicidad en estado sportinguista...

Abelardo vertió en su despedida las lágrimas más amargas. Él que tantas veces había llorado de alegría. El fracaso último del Pitu es la quiebra de un modelo y la constatación de que los sueños también caducan, de que no siempre es fácil despertar. El Sporting de los guajes murió de éxito y deja a su espalda un árido desierto. La nada absoluta. Se marcha el entrenador que nos devolvió la ilusión, que nos elevó a las alturas y nos hizo presumir de ser del Sporting. Abelardo será para siempre el hombre que nos hizo guajes a todos.

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