Rubén Baraja, como Norman Bates, recomienda a aficionados descreídos de la fe sportinguista y plumillas y alcachoferos quisquillosos que no hay que hacer psicosis con la imagen del equipo fuera de su estadio y en casa.

Exultante tras mantener una semana más -y van seis- su fantástico "score" en El Molinón, pleno de victorias, el entrenador rojiblanco hace una llamada a la calma y apunta, ahora como Charles Darwin, que el equipo "está evolucionando". El Pipo basa su reflexión en un hecho incuestionable: el equipo acumula tres partidos sumando y manteniendo la puerta propia a buen recaudo, sin encajar, durante 270 minutos ya, un solo tanto.

Obvia el míster que se sumó en el feudo del colista, sí, pero con un paupérrimo empate sin goles. Y que la imagen del equipo fue lamentable; no psicótica pero sí terrorífica, como si al saltar a la pradera el cuadrilátero se convirtiera en una estrecha ducha de motel de carretera en la que irrumpe un anciana espectral blandiendo un cuchillo matarife de hoja larga que deja a los jugadores sin sangre en los bolsillos.

Fuera de El Molinón, el Sporting se muestra como un conjunto timorato, empequeñecido, abocado al padecimiento y al drama. En el feudo propio, sin embargo, sea por convicción, sea por el aliento innumerable que emerge como un bote de vitaminas desde la grada, la misma alineación alicaída se transforma. Los jugadores se vuelven mandones, ocupan mejor los espacios, se muestran incisivos y apabullan al rival sin concesiones.

Extraño caso el de este Sporting en esta temporada de terror y suspense en la que muchos equipos van a llegar al último tramo exangües y dando tumbos, como los muertos vivientes del cine "gore" de serie B. El equipo sufre un inexplicable desdoblamiento de personalidad que lo convierte una semana en Jekyll y la siguiente en Hyde. Si lo que afecta a este equipo bipolar es un trastorno disociativo de la personalidad, en vez de acudir al diván de Richi Serrés deberían pedir hora en la consulta de Julio Bobes.

El Sporting que quiere la afición es el que no viaja, que como en casa en ninguna parte. El que ayer se impuso a Osasuna, un gallo de pelea en la carrera por el ascenso al que dejó, sin embargo, como al gallo de Almorox: cacareando y sin plumas. Pena del balón que Jony (siempre Jony) estrelló en la madera cuando Sergio Herrera, ya batido, se había resignado a aplaudir, como espectador privilegiado, la mejor jugada de la noche. Ese gol hubiera puesto el "goal-average" del lado rojiblanco. Y nunca se sabe...

Buenos inicios auguran mejores finales, y el Sporting de El Molinón está acostumbrando a la hinchada a entrar en la pelea con un cuchillo en los dientes, con la intención preclara de resolver los conflictos por la vía rápida. Frente a los rojillos fue Rubén García quien abrió la lata a las primeras de cambio, con una volea de dandy, de alta escuela.

La pregunta es: ¿qué Sporting nos aguarda en Sevilla, el de Robin Williams o el de la señora Doubtfire?