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Entrenador de fútbol base

Casi doce meses después

En mi regreso a El Molinón, el Sporting tiró de coraje al final para ganar y mantener la ilusión

Dicen que cuando te someten a sesiones de quimioterapia tus sentidos se resienten. Te cuentan que los sabores desaparecerán de tu boca por un tiempo o que el olfato puede verse alterado. A mí, sinceramente, todo me olía igual que la última vez: el césped húmedo, las palomitas de los niños y los puros de los mayores. Olía a fútbol. Juraría que había más escaleras que en mi última visita, pero olía a fútbol. Casi doce meses después uno volvía al Molinón. Lo hacía entre muestras de cariño y amenazas con sorna: "A ver si nos vas a estropear (realmente casi nadie decía estropear) la racha" fue la frase más repetida durante la semana.

Cerca anduvimos, pues el Albacete vendió cara su piel poniendo de manifiesto, nuevamente, el gran entrenador que tiene en el banquillo. Los de Enrique Martín se presentaron en Gijón con la mente puesta en llevar el partido a su terreno y así lo hicieron durante los primeros compases del encuentro. Poco fútbol, mucha disputa aérea y la cabeza de Zozulia a modo de agujero negro, absorbiendo todos los balones que asomaban por su zona.

Contrariamente a lo ocurrido en Cádiz, tras un inicio algo dubitativo, el Sporting recordó eso que alguna vez leímos de Di Stefano, unas vacas, el cuero y el césped. Con el balón rodando por el verde y Rubén conectado, otra vez, los mejores ataques rojiblancos, los de Baraja aterrizaron en el choque, volcando el campo hacía la portería visitante hasta encontrar su premio con el gol de Jony. Pero la Segunda División nunca te perdona. Los manchegos volvieron a agarrarse al partido dignificando una categoría que, semana tras semana, se muestra ante el mundo como una de las más atractivas del continente en cuanto a igualdad y emoción se refiere. Volvió el ritmo bajo, las interrupciones y la cabeza de Zozulia para recordarnos, si es que hiciera falta, la inmensa estupidez que supondría pensar más allá de los próximos noventa minutos.

Puede que fuera la lluvia, el ambiente o las famosas dinámicas del fútbol, pero el arreón final del equipo del Pipo, más relacionado con el coraje y el empuje que con el juego, culminado con el gol de Carmona me liberó, a nivel personal, de una retahíla de chascarrillos, bromas e insultos, casi siempre cariñosos, que no sé si estaría en condiciones de superar.

Pese a retirar del campo, como de costumbre, a un entonado Rubén García, el míster sportinguista gestionó bien los minutos finales con la entrada del recuperado Álex López. El centrocampista dejó muy buenas sensaciones de cara a ser una pieza importante en el tramo decisivo de la temporada. La vuelta del gallego, sumada al más que posible regreso de Michael Santos, arrojan algo de luz sobre una plantilla que, quizás, se estaba quedando algo corta a la hora de aportar desde el banquillo.

Toda vez superado el posible gafe de mi vuelta a los estadios, el Sporting viajará el sábado a Zaragoza con la ilusión de seguir jugando a las sillas con Huesca y Rayo, esperando no quedarse de pie cuando la música se detenga allá por principios de junio.

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