Tenía razón la Comisión Antiviolencia al declarar el Zaragoza-Sporting como partido de alto riesgo. Y lo fue, pero no en la grada, sino para el equipo de Baraja, que vio truncada su racha positiva en el momento más inoportuno. El cuadro maño, que regaló a sus rivales el primer tramo de la temporada, llega al final del camino como un tiro, con opciones aún, si pinchan los de arriba, de optar al ascenso directo. De igual forma obsequió ayer el Sporting a un rival ansioso una primera parte de apatía defensiva y desconcierto. Que le costó un frenazo en las expectativas del ascenso por vía directa.

Los dos equipos se jugaban mucho, pero más el local, que mostró mayor hambre de inicio. Y que sacó provecho máximo de dos concesiones defensivas de los rojiblancos, que se mostraron en La Romareda más endebles que de costumbres. Si en los últimos partidos el Sporting fue salvando los resultados merced a su fortaleza en las trincheras, ayer concedió dos de dos a Borja Iglesias, uno de los mejores artilleros de la categoría, que en el primero rompió las costuras de Barba, que se quejó de un empujón del tanque zaragozano, y en el segundo sacó provecho del desconcierto de los centrales. No fue el partido del italiano, que en Valladolid secó al pichichi pero en Zaragoza el goleador le mojó la oreja: dos despistes, dos tantos en contra.

Se viene observando en los últimos partidos que el Sporting vuelca casi todos sus esfuerzos ofensivos por la banda zurda, donde Jony ejerce de estilete. En la nefasta primera parte no se observó ni una sola arrancada peligrosa de Calavera por la derecha, tal vez poco asistido por Carmona, que tampoco tuvo su mejor tarde. Tampoco Sergio y Bergantiños sentaron cátedra en esta ocasión, ahogados por el rombo de la medular aragonesa. Así que se notó durante 45 minutos la ausencia de intendencia.

El escenario cambió radicalmente tras el paso por la caseta. El Sporting se fue arriba con saña desde el minuto 46 y fruto de ese avance de líneas fue el gol de Rubén García, el séptimo de la temporada, la primera vez que los rojiblancos lograron activar con solvencia la banda derecha. El disparo del centrocampista, ajustado al palo, resultó inapelable para Cristian Álvarez. Quien sin embargo se disfrazaría de Diego Mariño durante toda la segunda mitad, trepidante para el Sporting, que le metió al partido un sudor frío en el cogote de los maños, que perdieron definitivamente el control del partido.

Los siguientes minutos al tanto de Rubén fueron un querer y no poder del conjunto asturiano, que se vació en busca de un empate que mereció y que hubiera sido el resultado más justo de no mediar tres paradones impresionantes del arquero del Zaragoza, uno en lanzamiento de falta directa de Carmona antes del descanso; otra a cabezazo a bocajarro también del mallorquín y una última a un lanzamiento de Jony que desvió a córner con una mano salvadora. En definitiva, un paso atrás que convierten en partidos de alto riesgo todos los que restan del pasillo al ascensor.