La derrota es una desagradable conocida que acecha en cada esquina. El problema no es tanto que aparezca de vez en cuando sino cómo despacharla para que tarde en regresar, sobre todo, si uno llevaba mucho tiempo sin verle la cara. Ese es el principal reto al que se enfrenta el Sporting en el momento más decisivo de la temporada: lograr que Zaragoza sea sólo la excepción que confirma la regla para volver a Primera por la vía rápida. Y esa labor psicológica corresponde al entrenador.

No será posible superar el traspié si el equipo afronta los cuatro partidos que restan con la actitud de la primera parte en La Romareda, donde afloraron vicios olvidados desde el más crudo invierno, como escandalosos desajustes defensivos y una apatía generalizada. Habrá que apelar a la segunda mitad, imagen viva de la era Baraja, con un Sporting "mandón", que asedió inclemente a su rival, sin premio al final (parecía el partido del Reus en El Molinón, pero al revés).

También hará falta que nadie se entretenga con la incontinencia verbal de recién descendidos o ya salvados. Si el Sporting sube, el futuro de un buen puñado de jugadores podría cambiar, porque casi todo es negociable y porque todo el mundo quiere jugar en Primera. Así que sólo queda encarar el crucial duelo ante el filial del Barça con las filas prietas y sin hacer caso a los cantos de sirena. Y esperar que la derrota, tan desagradable como promiscua, llame esta vez a otra puerta.