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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Esperanzas portuarias

El relevo en la presidencia de El Musel abre un tiempo de cambios muy esperados

Se decía el otro día que restaban las fiestas de Cimadevilla para terminar con los ruidos veraniegos. Hasta ahora los del tambor no han desplegado su afición de más que dudosa bondad, pero de indudable molestia, aunque han hecho acto de presencia algún día que otro con sus horrísonas monsergas. También desde el cerro han comenzado los ruidos nocturnos con sus espectáculos de tres al cuarto. El antiguo barrio marinero, pesquero y portuario, convertido hoy en recinto de masivo ocio nocturno aguanta estoico el papel poco airoso, pero bastante mejor que el de épocas pasadas de no hace tanto, que el destino le ha deparado en el entramado ciudadano.

Por el puerto de ahora corren tiempos de cambio. El cambio de gobierno regional ha significado un cambio en la cúpula portuaria. Falta hacía algo que removiera las demasiado estancadas aguas de las dársenas muselinas, convertidas en albercas donde casi no pasaba nada y lo que pasaba no era positivo. Hay un atisbo, más que de ilusión, aunque de fundadas esperanzas de que se active la gestión o de que, por lo menos, se sepa que hay una mano que sujeta el timón en alguna dirección concreta, tal fue la atonía de los últimos años, donde los gestores portuarios parecían haberse retraído a sus conocidas covachas muselinas.

Se puede tener el mejor equipo comercial que si no hay una política portuaria definida, se estrellarán y no cuajarán sus gestiones. Por ello, es necesario que pasen cosas por arriba para que las tareas comerciales rindan sus frutos. En este sentido, la práctica intervención por el ente Puertos del Estado de la Autoridad Portuaria de Gijón, debido a la tremenda deuda acumulada por los sobrecostes de la ampliación del superpuerto, hacen que la gestión de las instalaciones gijonesas sea muy peculiar, con un órgano de gestión decidido por el gobierno regional y un gobierno económico de la institución fuertemente condicionado por la institución centralizada que controla los puertos de interés general.

La relación puerto-ciudad, sin ser la peor posible, ha sufrido también un estancamiento. No ha avanzado. Las dársenas locales y su marina deportiva mantienen su viejo estatus, sin que se haya ni tan siquiera hablado, y hay que hacerlo a tres bandas, de la reversión de su titularidad a los puertos autonómicos y encomendando su gestión al ayuntamiento gijonés, pues poco sentido tiene que un puerto comercial e industrial como El Musel lleve los destinos, con el deplorable resultado que se puede contemplar, de unas instalaciones de uso eminentemente recreativo y turístico. Así que, también en este aspecto, habrá que empezar a hablar y que los técnicos -los de todas las partes-, en lugar de escurrir el bulto, comiencen a trabajar en el asunto.

Hay que desearle al nuevo presidente portuario, Laureano Lourido, acierto en su gestión y mucha paciencia, que la va a necesitar, para que se agiten de nuevo las aguas muselinas. Queda el reto de convertir al de Gijón en un puerto ordenado en el que cada cosa esté en su sitio y no menudeen, esparcidos por aquí y por allá los montoncitos de los más diversos materiales.

Por delante está, también, la cuestión medioambiental. Ya no vale, claro, argumentar que primero estuvo el puerto y, después, se le acercó la ciudad y dejar las cosas en el mismo estado que estaban. Los nuevos tiempos requieren soluciones, aunque estas no sean en el cortísimo plazo, sí deben comenzar a planificarse para, por lo menos, dar una esperanza de solución a los vecinos de la zona oeste de la ciudad. Ya sabemos que el puerto no es la única, ni probablemente la principal, fuente de contaminación en tan importantes barrios de la ciudad, pero la actitud de sus gestores debe ser un espejo en el que otros se miren, entre otras cosas, por ser una entidad pública.

En fin, se abre en El Musel un tiempo nuevo y esperanzador. Es lo que importa. Y, si por el camino, se consigue que el gobierno municipal se convierta en un agente colaborador en lugar de un ente pasivo en materia portuaria, habremos dado un gran paso.

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