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Profesor de Geografía e Historia

Ser objetivos

Tormenta de noticias sobre viajes polémicos. Se habla de los 127 millones de euros de los Pujol en Ginebra o de los 900 millones en Belice, en una espiral que parece pasar de la punta al núcleo del iceberg. Ello convienen aclararlo y una justicia lenta empieza a dejar de ser justa. En cuanto al caso asturiano de los viajes según unos invitados por Aquagest y por el contrario según los políticos interesados fueron pagados por ellos mismos, hay que precisar que no basta con sospechar o denunciar para condenar a una persona, ni en lo judicial ni en lo político. La clave es si se puede acreditar tráfico de influencias o adjudicaciones tramposas. Todo parece denunciable, pero frente a la inocencia hay que ofrecer pruebas, para no caer en la denuncia indiscriminada o absurda. Sea Fulano o Mengano del partido A o B, una cosa básica hay que precisar, no son los acusados quienes tienen que probar su inocencia, sino quienes les imputan comportamiento pernicioso o inmoral quienes tienen que concretar su daño o culpabilidad, pues de lo contrario cualquier denuncia a un rival político, del mismo o de otro partido, debería acarrear inmediatamente su "muerte política". Y, en efecto, quien se demuestre que sea culpable de un comportamiento judicial delictivo o ético reprobable, pues que cada palo aguante su vela y responsabilidad. Algunas fotos o comentarios no ayudan a hacernos buena imagen de determinados personajes públicos, pero eso no les convierte ya en culpables o perversos, solo en soberbios o imprudentes.

Parece ser que el ministerio de Educación ha encargado a José Antonio Marina una especie de "Libro blanco sobre la docencia", del cual se van anticipando algunas cuestiones polémicas. Siempre me había gustado Marina tanto en su libro de Educación para la Ciudadanía de ESO, esa a la que el PP se oponía y acusaba de hacer "ideología de género" cuando todavía estaba en contra del matrimonio homosexual, como en sus colaboraciones en la prensa y conferencias en persona en Asturias. Particularmente me siento identificado con dos de sus ideas centrales: la importancia de la inteligencia emocional, saber empatizar -ponerse en el lugar de la otra persona- y gestionar los conflictos para encauzarlos positiva o lo menos negativamente posible, y la idea de que "toda la tribu enseña", es decir la fundamental responsabilidad de la sociedad y especialmente de las familias en el concepto de educación, más amplio que el de mera enseñanza de conocimientos o capacidades, que se impulsa en la escuela. Sin embargo en esta ocasión disiento de dos de sus últimas propuestas: pagar más a los buenos maestros y menos a los malos maestros, y plantear un MIR o especialización plurianual para los docentes antes de ejercer, como sucede ahora con las especialidades médicas. Ya hay un curso de aptitud pedagógica, que puede mejorarse, para quienes optan a oposiciones para el profesorado de Secundaria. ¿Con qué criterios y con qué medios, técnicos y económicos, se extendería? ¿Podemos tener a decenas de miles de opositores haciendo prácticas en las aulas varios años, aunque no aprueben sus oposiciones?

Desde luego eso de mal maestro, como mal médico o mal policía, suena fatal. Aunque en todas las profesiones los habrá con mayor o menor dedicación, actualización, destreza y entusiasmo. Ahora bien, ¿cómo objetivamos estos factores? Si realmente se demuestra que alguien es mal maestro reiterado, quizás no habría que pagarle menos, sino darle una oportunidad para mejorar significativamente; si continúa siendo mal maestro no debería seguir enseñando. Claro que es complicado objetivar en qué consiste ser "mal maestro". Nada que ver con que una fábrica que produzca 1.500 tornillos sea un 50% más eficaz que una fábrica que produzca 1.000. Aprobar mucho puede ser muy popular. ¿Será por ello el mejor maestro quien más apruebe? Entonces fácil solución, todos dan aprobado general y todos son muy buenos y ganan más. ¿Pero no será el mejor maestro quien hace aprender o progresar más a sus alumnos? ¿Cómo se tiene en cuenta el distinto nivel de partida de los alumnos según sus características personales y distintos contextos familiares y socio-culturales? ¿Es cierto que según algunas estadísticas sobre los adolescentes y adultos, entre un 10% y un 20% sufren enfermedades o trastornos mentales más o menos graves? ¿Al profesor que le toquen en clase uno con rasgos esquizofrénicos u otro con rasgos paranoicos y dos hiperactivos agudos y disruptivos, trabajando y aguantando más, le pagaremos menos? No todos tienen el mismo interés o capacidad, por tanto los resultados dependerán de distintas circunstancias. Es más fácil hablar de idealismos, que de la realidad en las aulas.

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