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La música clásica cobra vida en el museo

La música funciona como reclamo para atraer al público a todo tipo de eventos y espacios, es muchas veces maltratada, incomprendida y obligada a adaptarse a condiciones poco favorables con el consiguiente menoscabo tanto para los músicos como para las obras. Afortunadamente, existen iniciativas en las que todo encaja a la perfección, ciclos como el que el Museo Evaristo Valle está desarrollando a lo largo de este mes bajo el título "Conciertos de Navidad". Una programación de recitales con conjuntos de cámara que se amoldan como anillo al dedo a los salones del museo.

Si el día 5 el Trio Eureka fue el encargado de abrir el ciclo, el pasado sábado fue el turno para un cuarteto formado íntegramente por músicos de la sección de cuerda de la OSPA. Eva Meliskova y Elena Albericio (violines), Vicente Alamá (viola) y Nicolás Yves (violonchelo) ofrecieron un concierto plenamente clásico, con un repertorio compuesto más para espacios como los de este museo que para grandes teatros. La cercanía de los músicos y las dimensiones del espacio convirtieron el concierto en una experiencia memorable, una acertada recreación de lo que pudo haber sido un concierto de cámara en los palacios de la Viena o el París de finales del XVIII, salvando las distancias.

No en vano, la primera obra fue el "Cuarteto de cuerda en La Mayor" (1823) de Juan Crisóstomo de Arriaga, conocido como el "Mozart español" más por similitudes vitales que estilísticas. Esta obra, compuesta por Arriaga con tan solo 16 años es un magnífico ejemplo de su manejo del lenguaje clásico. Arranca con energía, con brillo para atacar el tema principal y sus desarrollos, que fueron magníficamente destacados por los violines. Los diálogos entre el violín principal y el chelo se desarrollaron según mandan los cánones, y desde los primeros compases pudimos apreciar el buen funcionamiento del conjunto. Cada uno desempeñó su papel a la perfección para que el resultado sonoro fuera óptimo y las obras transcurrieran con fluidez, dando la impresión de sencillez a pesar de las exigencias técnicas: pizzicatti en el Andante, aire vienés en el Minueto y determinación beethoveniana en los contrastes de aire y texturas del andante final que se cierra con una imponente cadencia preparada que disparó los aplausos del público.

Breve pausa, apenas unos minutos, y vuelta a la escena para abordar el "Cuarteto de cuerda nº18 en la mayor" (1785) de Mozart. Una obra extensa de su etapa vienesa en la que se puede apreciar el lenguaje del clasicismo pleno: escaso material temático, amplios desarrollos y todo gobernado por la simetría y la contención. Poderosas arquitecturas sonoras que se construyen explotando el amplio registro del cuarteto, desde los agudos del violín a los graves del chelo. Todo un entramado musical que los músicos supieron hacer lucir aprovechando las características del espacio, y es que los contrastes dinámicos del cuarto movimiento se aprecian mejor en un salón que en un teatro; así, las retóricas pausas precedidas de pasajes en forte dejaban en el aire un eco que recorría el museo, generando un efecto, por momentos, mágico. La ovación fue notable y consiguió como propina el tercer movimiento del "Divertimento nº2" de Mozart.

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