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Carta al amigo ausente

Nuevos aires

Pasadas las elecciones, las promesas de los políticos quedan en el aire

Observo, querido amigo, que desde tu atalaya ves las cosas desde una óptica distinta a quienes sentimos desde la cercanía los acontecimientos que nos inundan con un panorama rebosante de intrigas e incertidumbres para el futuro de nuestra nación. Sí, tienes también razón cuanto expones que todo ello nos puede llevar a una paralización de los distintos motores de funcionamiento del país, hasta el extremo de que con la mirada puesta en el horizonte solo vemos bosque y no llegamos a descubrir la belleza de cada uno de los árboles que le componen.

Por otro lado, me recuerdas que cada problema tiene una solución, sin olvidar la oportunidad que se abre en cada uno de ellos para desterrar la causa que los ha provocado, aunque desde aquí se observa la construcción de un laberinto en esta España desunida hasta en lo más elemental de su fundamento, que está siendo testigo de padecer las consecuencias de ver aflorar lo más vil del interior de quienes han recibido el mandato de llevar en nueva legislatura el barco a buen puerto.

Todo hasta las elecciones han sido promesas para que los españoles alcanzásemos el deseado paraíso si les dábamos nuestra confianza. ¿Qué han hecho tan pronto como han sido elegidos? Han paralizado el funcionamiento de la nación. En tan solo un mes, han sido capaces de olvidar la función para la que fueron elegidos, desde cualquier ángulo de pensamiento, para dedicarse exclusivamente a buscar su butaca y lugar desde donde dar rienda suelta a su vanidad.

A ninguno de los políticos elegidos he oído hablar desde su elección de buscar soluciones para resolver el alarmante paro; de establecer salarios mínimos y limitar el salario máximo; para tratar de corregir la desigualdad que los recientes gobiernos han creado en esta vieja España.

Tampoco les he oído hablar de la creación de un nuevo sistema de mercado plenamente ético, en el que se promuevan los valores constitucionales, en el que la liberalidad dé paso a que todos los ciudadanos gocen de los mismos derechos, libertades y oportunidades.

Ni a quienes defienden "lo viejo" ni a quienes proclaman "lo nuevo" les he oído mencionar una restricción del límite de la riqueza individual, en esta época en la que precisamente en nuestra nación se ha potenciado vertiginosamente la desigualdad en sus ciudadanos. Esto que puede parecer poner puertas al campo en el libre mercado, no lo es, al igual que no se elimina la libertad cuando no se puede ir en una carretera a la velocidad que se quiera, aunque se tenga un coche muy potente.

No les he visto defender sistemas de medición económica que valoren indicadores que se orienten hacia el bien común de los ciudadanos y no como hasta ahora con el exclusivo baremo del PIB que no representa ninguno de los parámetros de bienestar, tales como guerra, calidad de vida, bienestar social, seguridad, justicia y moralidad.

¿Dónde han quedado tras las elecciones las intenciones de la defensa de la naturaleza, para tratar de minorar el enfado que nuestro planeta está mostrando por el maltrato que le da la humanidad?

¿Dónde han ido a parar tras las elecciones los mensajes en los que se alardeaba de la dignidad de sus políticos, y que sus miras estaban exclusivamente en defensa de la dignidad de los ciudadanos?

Por lo contrario, no se vislumbra más que el desamor, el rencor, y la obsesión por su estatus tras amasar el poder que consideran que les han dado sus votantes, a los que ni siquiera son capaces de oír su silencioso pero alarmante desazón y dejen de un lado sus ideales y les sustituyan por la honradez y voluntad de arreglar este desbarajuste que ellos mismos nos han traído y al parecer con pasaje sin retorno, anteponiendo su propia vanidad a las necesidades y deseos de sus ciudadanos.

Es mi deseo, mi querido amigo ausente, que quienes tienen la responsabilidad de gestionar esta nación, en solitario o en grupos de trabajo homogéneos o plurales en cuanto a ideologías, sean capaces de reaccionar y dedicarse a ello, para que no sientan lo que Khalil Gibran anunció cuando hablaba del crimen y del castigo: "¿Y cómo enjuiciar al que por sus actos es un impostor y un opresor? Su castigo, por muy fuerte que sea, no podrá superar nunca el que le produce su propio remordimiento, que será siempre mayor que su delito".

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