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Crítica / Música | Musicólogo

El flamenco gusta en Gijón

Calidad, buen hacer y variedad artística lograron poner en pie al Jovellanos

No es Gijón una ciudad que destaque precisamente por tener un alma flamenca. Son contadas las ocasiones en las que este arte aparece en las programaciones culturales de teatros y centros culturales. Sin embargo, algo parece estar cambiando en los últimos años; el "Festival de Flamenco en Asturias" prepara ya su cuarta edición sumando adeptos año a año, y el trabajo y el entusiasmo de Francis Ligero ha contagiado el duende flamenco a un buen número de gijoneses. El sábado pasado lo pudimos comprobar con un teatro Jovellanos muy concurrido para presenciar el musical "Las Minas Puerto Flamenco", que en estas fechas está recorriendo la geografía costera española mostrando el talento de algunos de los artistas que han triunfado en la meca de este arte: el Festival Internacional del Cante de las Minas, en La Unión (Murcia).

El concepto de este musical es claro y encaja a la perfección con la historia de los enclaves portuarios de toda España: el puerto como puerta de entrada y salida de mercancías, personas y acervos culturales, como protagonista en la configuración de los cantes de ida y vuelta; en definitiva, como espacios de conflicto y encuentro, y de procesos de hibridación cultural. Sin embargo, este concepto se diluyó a los pocos minutos de comenzar el musical; al inicio, partiendo de un escenario en penumbra, una voz "en off" nos situaba en un puerto a finales del siglo XVII, y lo que parecía que iba a ser un viaje comprensible con un hilo narrativo asequible e incluso unos personajes, se convirtió en una sucesión de números musicales sin aparente conexión argumental.

Éste es el único pero que podemos poner, si se quiere catalogar de "musical" a este espectáculo, porque el resto fue todo calidad y buen hacer. Hubo mucha variedad en los números, y cada artista pudo lucirse en grupo y en solitario: de cante "a capella" a taconeos a solo, dúos de guitarra y voz y números con el cuadro flamenco al completo. Sonaron cañas de Ronda, fandangos, coplas y bulerías entre los palos flamencos, junto con el fado, la guajira o la habanera. Cada número culminaba en ovación, que era aún más sonora tras un baile de Amador Rojas o Yolanda Osuna, un cante de Gema Jiménez o un solo a la guitarra de José Tomás.

Todo estaba pensado para el espectáculo, con una iluminación heredera de los musicales flamencos de Carlos Saura, unos finales de número efectistas buscando el aplauso del público y una microfonía quizás demasiado presente y con un exceso evidente de reverberación, también buscando el efecto. El resultado convenció a un público que, como un resorte, se puso en pie para ovacionar a los artistas cuando aún se estaba cerrando el telón. Gustó, y mucho, pero no es de extrañar, porque el virtuosismo y el sentimiento de todos y cada uno de los artistas que pisaron el escenario habrían conmovido incluso al espectador más escéptico con el arte flamenco.

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