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Crítica / Música | Musicólogo

Ismael Serrano: más latino y más frío

El cantautor presenta en Gijón un espectáculo de vocación internacional

Lo hemos visto repetidas veces y en todo tipo de estilos musicales: cuando un artista se internacionaliza consigue llegar a un espectro de público más amplio, pero pierde vínculos con la escena y el público que le ha visto crecer. Es el precio del "crossover" que no sólo pagan artistas como Alejando Sanz o La Oreja de Van Gogh, como quedó patente el pasado domingo en el Teatro Jovellanos. Después de más de diez años con llenos absolutos en todas sus visitas a la ciudad, Ismael Serrano llenó el patio de butacas, pero dejó muchos huecos en el entresuelo.

Es cierto que los precios, el frío y el día de la semana no ayudaban, pero hace unos años nada de esto hubiera impedido el lleno absoluto. La actitud del público también fue más fría, hubo que esperar a la séptima canción, "Vértigo", para que se escucharan los primeros cánticos desde el patio de butacas. Hasta entonces, no hubo más que palmas, muchas palmas, demasiadas palmas, casi en cada canción, y eso es fruto también de un cambio en la dirección musical de su directo. Serrano ha prescindido de sus habituales compañeros de viaje, como su inseparable Fredi Marugán, para confiar la parte instrumental del concierto a un percusionista encerrado en una pecera y a un teclista omnipresente con sintetizador y bases programadas.

Inevitablemente, todo se hizo más frío, menos humano, más ajustado a un guion, como una obra de teatro interpretada cientos de veces. Cada momento del concierto tenía su configuración técnica; si en el escenario le acompañaban sólo dos músicos, en los controles había un nutrido equipo encargado no sólo del sonido, sino de las continuas proyecciones y de los efectos lumínicos que acompañaban la "coreografía" del cantante. Los monólogos entre canción y canción sonaron cansados, su declamación era evidentemente memorística, casi como una letanía, mientras la memoria de Serrano parecía fallar en las letras de su repertorio, porque recurrió demasiadas veces al cancionero que tenía en el atril. No deja de resultar paradójico ver a cientos de personas cantando emocionadas "La extraña pareja" o "Papá, cuéntame otra vez" mientras el autor de estas canciones recurre a la "chuleta".

El repertorio combinó canciones de su último álbum, "La llamada" (2014) con versiones de sus anteriores discos. Hubo reelaboraciones interesantes, como "Ya ves" o "No estarás sola", otras no tanto. También fueron interesantes los ritmos latinos en "Pequeña bachata mediterránea" o "Candombe para olvidar", aunque la instrumentación de otras, como "La llamada", recordaba en exceso a la pachanga. En fin, Ismael Serrano ha crecido, ha evolucionado para bien o para mal, pero quienes hayan seguido su carrera desde finales de los noventa podrán convenir que queda poco del calor que se respiraba en sus conciertos y de la magia que conseguía crear sin artificios técnicos, tan solo con una guitarra y ganas. Quizás es sólo que nos hemos hecho mayores, pero eso es ya otra historia.

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