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Musicóloga

Una visión atemporal de "Nabucco"

Es tan escasa la programación de óperas en Gijón que el público aficionado responde con ansiedad a las citas. Lleno total para ver "Nabucco", la tragedia lírica en cuatro actos que encumbró al maestro Verdi en 1842 y que perdura hasta el momento como una de las óperas más representadas. Para esta ocasión el director de escena Emilio Sagi optó por una concepción atemporal, puesto que la trama -basada en luchas de poder, ambiciones, intrigas, envidias, etc.- es vigente en todo momento. Sagi había dicho en diversos medios que su planteamiento para esta ópera era "un canto a la libertad del que haremos una lectura moderna con estética muy bonita". Sin duda la estética en el escenario fue bonita y elegante. Con austeridad, sin demasiados elementos decorativos logró situar al público en las diferentes escenas a base de luces, sombras, espejos y cortinajes con colores vivos entre grises, rojos y dorados (habituales en sus producciones). La iluminación sobresaliente. Lo peor de la puesta en escena fue el vestuario. El del coro más o menos podía librar pero el de los protagonistas no conseguí encajarlo con la decoración y menos con el texto.

En cuanto a lo vocal, el desafiante papel de Nabucco requiere un fuelle bien dotado y una tesitura un poco más aguda de lo habitual sin perder los graves característicos de un barítono y Damiano Salerno salvó el papel de forma aceptable. Con gran protagonismo en el acto IV supo extraer toda la sensibilidad que requería la solemne y recogida aria "Dio di Giuda" despejando así mis dudas sobre su calidad vocal, ya que en ocasiones su potencial fue tapado por la orquesta y el coro. Lo mismo le pasó al tenor Enrique Ferrer en el papel de Ismael: bonita voz pero falto de potencia, quedando totalmente absorbido en los tríos con la soprano y la mezzo y con el coro. Más empuje, aunque de forma irregular, consiguió el bajo Ernesto Morillo destacando de forma notable en la cabaletta del primer acto. Pero lo más sobresaliente, en cuanto a lo vocal se refiere, fueron sin duda las voces femeninas y el coro. Fenena, la hija de Nabucco tiene poco protagonismo vocal durante toda la ópera y hubo que esperar al acto IV, donde Verdi le regala el aria "Oh, dischiuso è il firmamento", para ver a María Luisa Corbacho desplegar un potencial que anunciaba desde el primer momento que salió a escena. La mezzosoprano está dotada de una gran voz capaz de afrontar papeles más exigentes. La voz más destacada fue la de la soprano Maribel Ortega encarnando a Abigaille, para la que Verdi concibió una partitura endiablada, por su amplio registro, su intensidad dramática y por la infinidad de matices que requiere salvar una soprano de coloratura. Maribel estuvo excepcional en el papel de principio a fin, y más excepcional, si cabe, en el aria "Ben io t'invenni...Anch'io dischiuso un giorno" del segundo acto. Sin duda la mejor voz de la ópera.

Meritorio es el trabajo de Elena Mitrevska en la dirección del coro, cuyo protagonismo en esta ópera es indiscutible. Desde el principio al fin, pasando por el popular "Va pensiero" -que varios asistentes pasaron ganas de entonar- el coro estuvo espectacular en homogeneidad, en afinación, en potencia cuando la partitura lo requería, en expresividad y en empaste con la orquesta logrando un perfecto equilibrio de volúmenes y dinámica. Tan solo en algunos pasajes rápidos el coro se quedaba un poco por detrás de la orquesta, quizás porque Gianluca Marcianò optó por llevar la batuta con un tempo un poco más rápido de lo habitual. Salvo este matiz la dirección de Gianluca fue magnífica y la interpretación de la Orquesta Oviedo Filarmonía magistral. El espectáculo se llevó una merecida ovación y eso que el público operístico gijonés no es muy dado a muestras de mucho calor.

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