La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¡Ay, qué trabajos nos manda el Señor!

Lecciones divertidas de historia cuando había empleo para casi todo

No sé por qué me he acordado estos días de la canción de las segadoras de la famosa zarzuela "La rosa del azafrán" de Jacinto Guerrero. La que conocemos por "¡Ay, ay, ay, qué trabajos nos manda el Señor!". Con esta frase pensé que qué bien que nos vendría que el Señor nos mandase más trabajos aunque fueran cansinos, porque tenemos pocos a qué agarrarnos últimamente.

Muchos trabajos han desaparecido a causa de los cambios en la vida cotidiana, por ejemplo las fábricas de mantillas que no daban abasto porque eran obligatorias para ir a la iglesia y ahora no hacen falta y muy poca gente va a misa. Las fábricas de sombreros de caballero y de señora, dado que ya nadie lleva sombrero, la cosa fue de mal en peor. Ahora se llevan gorras, algunos sombreros para los señores calvos y para las señoras sombreros de diseño para las bodas. Las fábricas de guantes y un largo etcétera.

Otros han menguado porque las tecnologías han conseguido que dos o tres personas hagan el trabajo que hacían cientos. Aparte de los que han desaparecido han salido a la luz algunas ocupaciones rarísimas que si no fuera porque si las buscamos en el Diccionario de la Real Academia aparecen, no lo creeríamos.

Aquí van unos cuantos: Probador de toboganes (creo que quedan algo magullados); probador de camas de lujo que van a las tiendas y se echan un ratito (este es más cómodo); médicos de muñecas que arreglan los brazos, las piernas, las pintan, etc... (este no está mal); mamporrero, este prefiero que lo busquen en el diccionario porque me da un poco de vergüenza decirlo, tiene que ver con los caballos; testeador de axilas (poco apetecible); inspectores de huevos (no sean mal pensados); ojeadores de toros y no sigo pero hay más.

Y hablando de trabajos raros, me acordé de uno que se remonta a la época de Enrique VII de Inglaterra, no me extraña que lo haya inventado él porque es un rey al que tengo una manía especial, fue el padre del famoso Enrique VIII de la dinastía Tudor y era un hombre avaricioso y tacaño hasta la médula. Cuando casó a su hijo Arturo con Catalina, la hija de los Reyes Católicos, no lo hizo porque ella fuera una joven hermosa, inteligente y culta sino porque llevaba una dote considerable; cuando Arturo muere no quiere devolver a Catalina a sus papás y la dejó en su corte sin darle casi nada de dinero hasta que su otro hijo Enrique se enamoró de ella y los casó encantado de quedarse con la dote. Y no sigo porque este no es el lugar pero casi todos sabemos cómo acabó la historia.

Pues bien, el ínclito Enrique VII inventó un empleo que se llamaba "Groom of the stool" que era algo así como "limpiador de culos real" y aunque nos parece un empleo asqueroso en Inglaterra había bofetadas para conseguirlo y lo ocupaban jóvenes miembros de la aristocracia. El chico de las heces tenía que pasar mucho tiempo con el rey; aparte de limpiar su trasero, tenía que acarretar la pesadísima silla de cagar (con perdón) por el palacio, organizar la dieta y los horarios de las comidas del rey para que su tracto intestinal funcionase bien. Con tanta intimidad llegaba a hablar mucho con el Monarca y si lo hacía bien podía conseguir buenas pagas y enchufar a su familia. También le regalaban ropa del rey y a veces se convertían en sus secretarios personales. Este trabajo tan distinguido duró hasta la época del rey Eduardo VII, que lo abolió en 1907. Durante ese tiempo Henry Norris fue ejecutado por orden de Enrique VII, nada de extrañar pues mandó ejecutar a la tira de gente por un quítame allá esas pajas. John Stuart, uno de los siete empleados de Jorge III llegó a ser primer ministro británico. Y luego dicen que la historia no es divertida.

Compartir el artículo

stats