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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Un par de júbilos y un jubileo

A pesar de los pesares, de vez en cuando se nos es permitido en Gijón disfrutar celebraciones

Está en marcha ya la organización de la "Semana negra" de Gijón, y hay que recalcar esto último, que cumplirá este julio su vigesimonovena edición. Veintinueve años dan ya un marchamo de tradición que hacen del festival cultural y lúdico algo típico de nuestro pueblo y de la provincia, sin despegarse paradójicamente de su aire de provisionalidad. Al aprobar el convenio pertinente que permite parte de su financiación, la junta de gobierno consistorial, ha justificado el aporte financiero al calificar al evento "como único en su género" desde hace más de 28 años y su prestigio y repercusión "trascienden no sólo los ámbitos de nuestra región sino que traspasan las fronteras" llevando el nombre de la ciudad "por todo el mundo". La Semana Negra, como otras felices actuaciones urbanísticas de aquellos tiempos, es un acontecimiento incontestable brotado en el segundo tramo de los años ochenta del pasado siglo en los que nuestro pueblo recibió un importante impulso y que se fueron consolidando a lo largo de la siguiente década de los noventa. Comparar aquellos quince años con los últimos seis y darnos la sensación de que estamos parados o, como mucho, sumidos en una peligrosa inercia, en un dejarnos llevar, es todo uno.

Ahora que se nos ha jubilado como director de la edición gijonesa de estos papeles, es momento de agradecer a Julio Puente el ejercicio de su maestría y su delicadeza en el trato con uno. Ya se puede poner blanco sobre negro sin que se diga que es hacerle la pelota porque es el jefe. Nunca un reproche, jamás una presión, en ninguna ocasión la transmisión de una queja por algo puesto aquí, y seguro que más de una queja habrá recibido en los últimos tiempos.

Los millares de gijoneses que llevan los colores rojiblancos muy dentro están contentos por este Sporting que "in extremis" logró la permanencia en Primera. Esta circunstancia futbolera es un motivo de alegría: lo merecían los aficionados, tan acostumbrados a sufrir, y lo merecían los jóvenes atletas y el equipo técnico. De ellos bien se acuerda todo el mundo. Seríamos injustos, sin embargo, si no nos alegráramos también, sin cicaterías, por los gestores y la propiedad mayoritaria de la entidad que tantos sinsabores, y hasta insultos soeces, han tenido que soportar. Puede que esto último no sea muy popular en ciertos ambientes de la afición más exaltada, pero es de justicia.

Curiosamente, al haber sido dos equipos madrileños los que perdieron el envite y se fueron a la categoría inferior ha hecho que los medios nacionales de comunicación, al tener sus respectivas sedes en la capital del reino, le anden dando vueltas a la cuestión y le busquen los cinco pies al gato, habiendo encontrado a su bestia negra en uno que pasaba por allí: Marcelino García Toral, entrenador del Villarreal, que por no esconder sus querencias sportinguistas se ha convertido en el muñidor de las desgracias del Getafe y del Rayo. Para conversaciones de barra de bar en cualquier bar de Vallecas valen ciertos argumentos, pero dejados caer en una pieza televisiva o en artículo periodístico resultan ridículos y hasta ofensivos.

Quedémonos con lo bueno: la permanencia del Sporting y las veintinueve ediciones del festival negro de julio, símbolos, cada uno en sus respectivos ámbitos de la excelencia a la que aspira la villa y su concejo. Si todo fuera igual nos saldríamos del mapa, pero no todo han de ser logros. Lo malo es que, en los últimos tiempos, abundan más duelos y quebrantos que éxitos y alegrías. Las próximas elecciones, por no ser del ámbito competente en la materia, nos arreglarán poco lo postergados que andamos, por lo que habremos de confiar más en suertes o carambolas que en laboriosos tejidos de redes políticas. Al menos deseémonos suerte y disfrutemos de lo que bien está que, por cierto y en su inmensa mayoría, nos viene de antes.

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