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Crítica de arte

Mitos, fábulas y leyendas al óleo

El madrileño Carlos Tárdez muestra en Gijón su sorprendente apuesta "Mi familia y otros animales"

Carlos Tárdez (Madrid, 1976) está ligado a una familia muy conocida de Noreña, de modo que es medio asturiano y medio madrileño. Desde tres años antes de licenciarse en Bellas Artes por la Complutense (2002) ya exponía en galerías de Madrid y alrededores (Alcorcón, Torrelodones, Talavera, El Espinar), así como en diversos lugares de Asturias, como Noreña y Siero. También se presentaba a premios de pintura. De fuerte vocación, fue ganando nombre y territorio. En 2004 presentó la muestra "Antropología animal" en el Centro Asturiano de Oviedo. Fue allí donde tomé contacto con su obra, que saltó a la galería Van Dyck de Gijón al año siguiente, 2005, en la colectiva de jóvenes valores de la pintura contemporánea. Un año más tarde presentó la individual "Sentimientos", también en Van Dyck.

Su última exposición en Asturias fue en el año 2008. Desde entonces se ha casado, ha formado una familia con tres hijos, dos niños y una niña de 6 meses, por quienes bebe los vientos, y ha vivido en Madrid, Almería y Córdoba, siguiendo los destinos de su esposa, Ana, psicóloga. Es fácil que vuelva pronto a Madrid. Reapareció en 2015 en una colectiva de Bea Villamarín y se presenta ahora con nuevas credenciales. Recibió en 2010 el premio "BMW" de pintura. En 2012 expuso en el Centro de Arte Museo de Almería (CAMA) 50 cuadros y 15 esculturas, bajo el título de "Zoo lógico". Y en este año 2016 participó en la muestra "Realismo en España. 50 años", celebrada en la Sala Baluarte del Centro Cultural Adolfo Suárez de Tres Cantos (Madrid). La selección de artistas corrió a cargo de Juan Manuel Bonet, crítico de arte, Cristina Mato -de la Galería Ansorena- y Marta López Moreno, hija del gran Antonio López y su mujer, la excelente pintora María Moreno. Y ahí está Carlos Tárdez, entre los 37 mejores pintores figurativos españoles de cuatro generaciones, de los que cabe nombrar a los ya citados Antonio López y María Moreno, más Cristóbal Toral, Isabel Quintanilla, Eduardo Naranjo, Rafael Cidoncha, César Galicia, Íñigo Navarro Dávila, Andrés García Ibáñez, José María Cuasante, Bernardo Torrens y otros. Pues son todos los que están, pero no están todos los que son.

En la sala de Bea Villamarín tenemos de Carlos Tárdez 26 cuadros, 3 fotografías y 5 pequeñas esculturas. El título "Mi familia y otros animales" está tomado de un libro de Gerald Durrell y le viene a esta exposición como anillo al dedo, pues hay a la vez retratos de su familia y la temática animal que forma parte de su mundo. En la obra de Carlos Tárdez es tan importante el continente como el contenido, lo que se cuenta y la manera de contarlo. En cuanto al contenido, lo que se cuenta, caracteriza a este artista un realismo simbólico, que se alimenta de la mitología grecorromana, las fábulas y leyendas, los refranes y la mentalidad popular, pertenecientes a nuestra cultura o a otras. Pues estamos en época de globalización, que va poco a poco construyendo imágenes, costumbres, modas y contenidos que se perciben como tales en todo el mundo. Los títulos "Antropología animal" (2004) y "Zoo lógico" (2012) son la misma cosa. A la manera de las fábulas de la Antigüedad clásica -Esopo y Fedro- y de los europeos de la Edad Moderna -La Fontaine, Iriarte y Samaniego-, que se referían a conductas humanas mediante comportamientos animales, Carlos Tárdez utiliza a los animales para expresar sentimientos y situaciones humanos. El animal es como un disfraz que aumenta la intensidad de la ironía, el simbolismo y el doble sentido. El "Funambufante" o elefante sobre la cuerda floja, se inspira en una canción infantil, pero expresa la fragilidad y precario equilibrio de nuestro mundo actual. "Cíclope" es el fotógrafo con un solo ojo, la cámara. "Sibila" es la mujer que ve el futuro en su teléfono móvil. "Atlas" es el niño que sostiene sobre sus hombros todo un mundo. "Matagigantes", el niño que se enfrenta a la franja negra desconocida con una pistola de juguete.

En cuanto a la técnica, Carlos Tárdez pinta al óleo sobre tabla. Lo primero que se aprecia es un dominio tremendo de la pincelada, fina o gruesa, ligera o espesa, que le permite pintar todo tipo de pieles de animales, sean aves, monos o peces. En seguida aprecia el espectador el dominio del claroscuro, las luces y sombras, que le permiten expresar volúmenes y movimientos. Podríamos citar muchos ejemplos, pero basta que se fijen en los cinco retratos de su hijo mayor, que imita animales, sonríe o siente miedo, cinco retratos sicológicos bien expresivos. O en la chaqueta roja de "Mercurio", el mensajero de los dioses, a quien Rubens pintada con capa roja. Y si le dais la vuelta a alguno de los cuadros, veréis por qué razón pinta Carlos Tárdez sobre tabla. Y la razón es que la tabla puede ser cortada y adosada con grapas, lo que le permite manipular los formatos, dar aire a una figura, si siente que lo necesita o expresar presencias ocultas mediante franjas negras: así en "Matagigantes" o en los retratos de su hijo ya mencionados, o en "Encajado", el mono con los ojos bajos, entregado, metido en una caja.

En cuanto a las esculturas, lo que manda es la reinterpretación de objetos fuera de su uso y contexto habituales. Guardan también tales obras su mensaje irónico, como ese espartano cuyo escudo es un euro, aparte de que los griegos actuales nada tienen de espartanos. Sin embargo Carlos Tárdez ha barajado sus cartas, y ahora introduce estos métodos en sus pinturas, como el picador o el banderillero cuyas armas de castigo son lápices, o el vigilante de la playa con cabeza de pez, o el "Palomo" de la playa que anda mirando qué puede picotear. Así es como Carlos Tárdez, siempre igual y siempre diferente, se va reinventando a sí mismo, a la vez que liga su obra a sus vivencias personales.

Pero lo más novedoso de esta muestra es la utilización por el artista de un nuevo escenario, el círculo de la plaza de toros, donde se celebra una liturgia pautada y medida, que trata de la vida y la muerte, con sus diversos tiempos y suertes, premios y abucheos. Así el "Minotauro" corteja no en la playa, sino en el albero, es a la vez toro y torero, y ambos -varón y mujer, cortejador y cortejada- tienen sus burladeros para refugiarse.

Terminamos con los tres retratos de su mujer, Ana, titulados "Cabeza de tormenta". Todos sabemos la tormenta de ideas que llevan las mujeres en su cabeza.

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