Algún suceso indeseado ocurrido en los vestuarios de determinados clubes deportivos gijoneses parece haber desencadenado una obsesión enfermiza contra el uso de los telefonillos en las zonas de duchas. Miles y miles de usuarios llevan años entrando en los vestuarios de las admirables entidades deportivas gijonesas sin realizar ningún hecho rechazable. Una excepción, perfectamente localizada y controlada, provoca una persecución contra el gran medio de comunicación de nuestros días. Va a ser imposible avisar a la señora de que el caballero ha terminado su aseo y de que la espera a la puerta, o al revés. No va a haber sitio para recibir o dar avisos de mayor o menor importancia. Un mal uso individual de la cámara de fotos de un teléfono móvil no puede provocar un terremoto como el que se anuncia y se avecina. Habrá que medir cuando el alma se serene y las aguas vuelvan a su cauce. Ojo con las decisiones drásticas.
La esquina