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Otra maldita tarde de domingo

Altas contradicciones

Una reflexión sobre el uso de las tecnologías de la información en las aulas escolares

Steve Jobs no quería que sus hijos tuvieran iPpod. Lo dijo en 2010, durante una entrevista concedida al New York Times. Tres años más tarde, Apple lanzaba una campaña para sustituir los cuadernos escolares por los dispositivos que él mismo había diseñado, basándose en el buen funcionamiento que estaban teniendo en las empresas. Estamos, por tanto, ante una primera contradicción, cuando la pregunta sigue siendo: "¿Está la comunidad educativa preparada para el cambio?"

Durante los últimos años hemos asistido a un progresivo aumento del número de alumnos por aula (unos veintiséis para la ESO, entre veinte y veinticuatro para Primaria), con una preferencia por las TICs (Tecnología de la Información y la Comunicación) como método de apoyo, un incremento en las medidas de integración social (alumnos con necesidades especiales, originarios de otros países, etc), un avance del bilingüismo y un desmesurado número de cribas para conseguir un certificado académico (que recuerdan a aquellas reválidas del modelo franquista). Ante todo, un descenso en el número de profesores. Esa es la paradoja de nuestros días: contamos con más medios, pero hay menos manos que los utilicen. Estamos, por tanto, ante una segunda contradicción.

Para ello, dos son los extremos que hemos empezado a vislumbrar. El primero atiende a una inmersión total en el avance tecnológico, cuando en 2010 las escuelas coreanas trataron de instaurar un robot como maestro en la escuela. Se llamaba Engkey. Podía ir de un lado a otro y su cara era la pantalla de un ordenador. En ella podíamos ver el rostro del maestro. Pero el maestro no se encontraba en el aula, se encontraba en Filipinas, donde el coste laboral es menor. Al otro de la cuestión hallamos una nueva tendencia en los países nórdicos, en los que un nuevo tipo de educación, basada en la libertad y la sugestión de la naturaleza, se inicia. Este nuevo ritmo se diseñó para ciertas escuelas en las que se admite a los alumnos por estricto orden de llegada (no por sus méritos ni por su status social), donde ellos mismos dictan al maestro cuándo quieren recibir su lección y asistir a ella al aire libre. El primer intento en nuestro país se produjo en 2015 en Cerceda (una zona aislada de la sierra de Madrid) con el nombre de "Bosquescuela". Por lo tanto, dos son los extremos antagónicos que inician nuestro debate, porque se necesita un rumbo fijo en nuestra educación para definir el progreso, ya sea con sangre virtual o con el regreso al beatus ille. Las Redes Sociales, que tanto nos definen hoy en día, han movido ficha en el asunto: empresas como Facebook o Tuenti han creado grupos específicos para la comunicación en las aulas, sin contar con los campus virtuales, que tanto han beneficiado el acceso a las universidades españolas. Estamos, por tanto, ante una tercera contradicción.

Ante todo, parecería que buscar el punto medio es siempre el fin de nuestras disputas: clases que no estuvieran manejadas por robots, en las que el maestro pudieran nutrirse de las nuevas tecnologías. El problema, como siempre, reside en ponerse de acuerdo y definir nuestro interés, que no siempre está del lado de la cultura. Y es que vivimos en un mundo de altas contradicciones ("Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de aislamiento", en paráfrasis de Groucho Marx), en el que hay que empezar a medir lo que vamos creando. Un mundo en el que Chris Anderson, uno de los mayores conocedores de la Red, ha relatado cómo sus hijos le tachan de fascista por no acceder el tiempo suficiente a sus ordenadores, cuando se da el caso de que su padre vive de eso. Un mundo del que quizá sepamos demasiado, pero en el que aún no tenemos medios para descubrirlo.

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