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Trabalenguas FICX

La elección fallida de director para el festival internacional de cine, nuevo episodio de pequeñez local

Si Nacho Carballo hubiera tenido que presentarse en 2012 para dirigir FICXixón a un proceso de selección como el que en 2017 no ha superado y finalmente ha quedado desierto, no hubiera organizado cinco ediciones del festival. De hecho, ni siquiera haberlas dirigido ha sido mérito suficiente para seguir haciéndolo. Más bien el orden de los acontecimientos ha ido a la inversa, primero ha sido director y luego, en concurso de méritos, ha sido descartado para serlo.

Y no tras un juicio de valor acerca de su gestión al frente del certamen -que parecería lo lógico- sino por no acreditar oficialmente nivel B2 de inglés según el marco europeo de las lenguas, una tabla exhaustiva que clasifica las habilidades idiomáticas por grados aunque no garantiza que el que mejor habla lo haga para decir cosas inteligentes; se puede ser un intelectual o un necio en un arameo nativo C2 exquisito.

Quién sí tenía el papelito -mira que se lo decimos a nuestros hijos, lo importantes que son los papelitos- fue el único que pudo defender su proyecto de festival pero no convenció al comité de selección porque no materializaba "el giro" que se busca para el certamen gijonés. Jaime Alonso de Linaje, que así se llama el finalista bilingüe de este grotesco episodio de pequeñez local, debe estar preguntándose qué demonios de giro es ése que él debió de prever y saber contar, y no lo hizo. No está solo, yo también me lo pregunto.

No sé si el giro es para recuperar lo de antes -¿antes de qué o quién?-, para tener lo que nunca tuvimos y ahora descubrimos que queremos, o se trataba de comprar el giro que nos vendieran mejor pero cuando llegó el momento de competir en la almendra del asunto sólo quedaba uno. Por el momento, a día de hoy, tras esta historia a contrapié zarapicada en bucle, no tenemos nada. Nada, más allá de haber humillado a unos señores y sumido a los gijoneses en el estupor mezclado con una incómoda sensación de ridículo de ciudad.

Quede claro que no estoy en contra de los concursos de méritos pero, si se convocan -sobremanera cuando nadie nos obliga-, ha de ser porque se tiene muy claro lo que se busca y se ha planificado bien cómo captarlo y cómo cribarlo para que de verdad se dé con quien sepa materializar lo que la ciudad pide a su festival y el hueco que el mercado deja abrir para hacer cuña, consolidarse y ser referencia cultural.

Si no es así, más vale optar por el modelo de la designación directa y la apuesta por el talento que primero se ojea y al que luego se le da confianza, pautas y dineros, además de una explicación bien razonada, cariño y las gracias, si toca cesarle. Por supuesto, todo ante la mirada pública.

Lo que es chocante -y ya nos ocurrió en su momento con el proceso de selección para la dirección de actividades de Laboral Centro de Arte- es que, por muchos que concurran a nuestros puestos de liderazgo cultural, con méritos interesantes y hasta envidiables, todo parece poco, nadie convence. Una de dos, o es el resultado de batallas soterradas de intereses políticos y personales no resueltos, o es simplemente grandonismo, es decir, inseguridad y cierto complejillo de periferia.

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