Llevo años diciendo lo mismo. Se habla del maltrato a las mujeres, que evidentemente lo hay, pero nunca se hacen grandes campañas ni grandes manifestaciones ante otro tipo de maltrato que en mi opinión es muchísimo peor. Porque en el caso de las mujeres, somos adultas, tenemos la posibilidad de denunciar, de alejarnos del agresor, tenemos armas a nuestro alcance para intentar evitar ese maltrato, aunque queden, como sé que quedan, marcadas para siempre. Pero hablo de otra población que está siendo sistemáticamente maltratada. La infancia. Los niños.

Las noticias que me hacen daño, que se me clavan en el alma, se refieren al dolor de los niños, a su utilización, a su desamparo, a la impotencia ante las injusticias que se cometen con ellos y que tantas tantas veces quedan impunes. Esta semana han saltado dos que me han descompuesto. Una la de Nadia, que además de todo lo repugnante que tiene el hecho de utilizar a tu hija enferma para obtener dinero, aparece ahora una presunta explotación sexual de la niña. Me dan náuseas, pero sé que estas cosas suceden, y mucho más a menudo de lo que se cree. Por desgracia tengo ejemplos de padres que nunca debieron serlo mucho más frecuentemente de lo que una podría imaginar. Por eso, cada vez me cuesta más trabajar sin sufrir como lo hago.

Y es que hay mucha gente enferma que no debería tener hijos, que nunca, jamás, deberían concebir. La crueldad viene a menudo del propio entorno familiar y, otras muchas, del entorno del niño. Y ahora me refiero a la noticia que hoy, cuando escribo esto, me ha sobrecogido. Otra más. Otra víctima más del acoso escolar. Una niña, Lucía, con solo 13 años ha decidido acabar con su vida para no seguir sufriendo. Para no ser maltratada no solo por sus iguales, sino también por una sociedad con una legislación que lo que menos hace es velar por el bien de los menores. En todos los ámbitos de la vida.

Estoy absolutamente desolada. Lucía había pedido ayuda, había dicho lo que le pasaba, pero el acoso continuaba. Quizás nadie supo cómo ayudarla, cómo hacerla fuerte para que se enfrentara a sus miedos. Quizás tuvo que conformarse con ir a salud mental una vez cada mucho tiempo porque no tienen tiempo para tantos casos, para tanto dolor. Y quizás no tuvo la oportunidad de ir a un profesional privado porque es costoso. Y me da asco y vergüenza. Y esto pasará sin pena ni gloria.

Servirá, lo de Nadia, para el contenido diario de los shows televisivos en los que se echan las manos a la cabeza, pero tampoco hacen más que alimentar el morbo de quienes lo ven. Igual que con Lucía. Ella será una más de todos esos suicidios que son la segunda causa de muerte entre nuestros niños...

Se ha abierto una investigación. Se encontrará y sancionará a los niños que la acosaban... Pero ¿y los mayores? ¿El profesorado? ¿El orientador? ¿Qué hizo esta mierda de sociedad a la que sólo le interesa legislar para quienes pueden votar? Por Dios, de verdad, ¿hasta dónde vamos a llegar para ver lo que está pasando?

A mí solo me queda hacer lo que pueda para resguardarlos, para ayudarlos, para protegerlos... Pero no es suficiente. Nunca será suficiente si solo somos unos pocos, si no levantamos la voz, si no pedimos soluciones, si no hacemos nuestro trabajo bien para que ninguna de estas cosas sigan sucediendo. La responsabilidad es de todos. Evidentemente también mía. La de todos los que formamos parte de esta sociedad que no protege a sus niños, que los mima, pero que no les cuida ni les quiere, ni se sacrifica por ellos. Una sociedad que no protege a su infancia está muy muy enferma. Y solo queda exigir un buen tratamiento.