La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica

El idilio de la OSPA con Beethoven

La batuta de Manuel López-Gómez ensalzó la obra del compositor alemán

En los últimos años la OSPA ha apostado por programas muy diversos, con obras de compositores de diferentes periodos y lenguajes y configuraciones instrumentales muy dispares. Sin embargo, Beethoven ha tenido un protagonismo notable, en especial su obra sinfónica; no es para menos, la OSPA entiende a la perfección la música del alemán, y consigue ese equilibrio entre clasicismo y romanticismo, y entre cuerdas y vientos, tan necesario para que la obra de Beethoven alcance su sonoridad característica. El jueves lo volvió a demostrar con "Orígenes II", un programa conformado íntegramente por obras del compositor de Bonn que entusiasmó al numeroso público que acudió al teatro Jovellanos.

La obertura de "Coriolano" abrió el concierto con la fuerza expresiva y el vigor que se esperan de las obras sinfónicas de Beethoven; los temas fueron desarrollándose de forma fluida, con modulaciones y tensiones dinámicas a base de crescendos. El venezolano López-Gómez se aplicó a fondo, con gesto amplio y preciso, para controlar cada pasaje, y el resultado fue una interpretación pulcra que recogió fielmente el carácter contradictorio de los dos motivos que se enfrentan en la obra. Con una impronta programática, los tres pizzicatos que cierran la obra evocan la muerte y desafían la grandilocuencia característica de las cadencias beethovenianas.

Leon McCawley salió entonces al escenario para interpretar el "Concierto para piano nº3", una pieza que preconiza la senda del concierto romántico tanto en extensión como en concepción. La larga introducción de la orquesta mantiene al pianista durante un buen tiempo a la espera, pero cuando McCawley atacó el tema se hizo evidente su maestría en el lenguaje clásico-romántico. Su primera intervención a solo consiguió aportar un aire especial al tema principal, manejando con cuidado el tiempo para lograr la expresividad sin perder el compás. Sin alardes virtuosos, optó por mantener el carácter liviano del piano clásico, estilo Mozart, incluso en los extensos solos que cierran el "Allegro con brío". McCawley fue el absoluto protagonista del "largo", plagado de retardos plenamente románticos y de sutiles diálogos con la orquesta, que lograba mezclarse con las notas del piano de forma casi imperceptible. El rondó final fue un ejemplo de orden y elegancia, para entonces, McCawley ya se había ganado la ovación que cerró su actuación y a la que correspondió con el "Momento musical" de Schubert como propina.

Aún quedaba el plato fuerte, la "Sinfonía nº 7", una de las cumbres sinfónicas de Beethoven que arrancó con fuerza y brillo, con una buena definición de las melodías y un compensado juego de fuerzas entre cuerdas y vientos. El famoso "allegretto" pudo sorprender a más de uno, porque su versión más conocida es en un tempo de adagio que le da un carácter trágico. López-Gómez acertó con la ejecución en un tempo medio que le imprimió empuje sin perder solemnidad. El "presto" fue un ejercicio de compenetración, la OSPA funcionó como un reloj y logró el efecto sorprendente que se produce con la sucesión vertiginosa de ataques temáticos en diferentes grupos instrumentales. Y en el allegro final la orquesta puso la guinda y la magia con una preparada cadencia en la que los rugidos de los contrabajos eran contestados con rabia por el resto de la cuerda y los estallidos del viento y la percusión. Esta tempestad final desató una sonora ovación, tanto a la orquesta como al director, que se prolongó durante varios minutos. El idilio de la OSPA con Beethoven suma y sigue.

Compartir el artículo

stats