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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

De perros y prados

El "solarón", improvisado e inopinado lugar para esparcimiento de las mascotas urbanas

Hay en nuestro pueblo una considerable cantidad de hogares que, además de humanos, albergan perros o gatos. Los mininos no tienen necesidad de salir y entre las paredes de una vivienda se pueden desarrollar perfectamente, aunque su afición por las ventanas requiere de un cierto cuidado para que no sufran un accidente, que alguno que otro se ha dado. Sin embargo, los perros necesitan, al menos, un par de salidas al día, o al menos eso recomiendan los expertos. Los dueños tienen la obligación de recoger sus desechos, cuestión que es un deber de buena ciudadanía y sana convivencia, pero, a cambio, ya que los canes están ahí, es muy conveniente que la administración municipal provea de espacios para su esparcimiento y en donde puedan corretear libres de sus correas. Algunos hay y otros, lamentablemente se improvisan. El problema viene en que, desde hace un tiempo, algún desalmado "siembra" estos lugares con pedazos de carne emponzoñada con veneno o con alfileres para hacer daño a las mascotas. La cosa no tiene nombre y es de gran maldad. Sorprende que, independientemente del cuidado con el que se han de andar los "perrotenientes", la municipalidad no establezca medidas precautorias o aumente la vigilancia en este extremo. Uno de estos animales se hace a creedor de cariño en la familia en donde se inserta y su enfermedad o muerte es un hecho muy doloroso merecedor de que se extremen los cuidados que el ayuntamiento, mediante los medios más adecuados que sean posibles, para que no se produzcan hechos tan lamentables.

Hay un lugar muy utilizado por los que pasean a sus canes en pleno centro de la ciudad: un lámina de verde prado que, en realidad, no tenía que tener ese destino, sino otro muy diferente: el amplio espacio que ocupaban las antigua vías y estación de los trenes, conocido como "el solarón". En estas andamos, de lo que se pretendía, un aparentemente deseado sitio para urbanizar y construir edificios, a cancha para esparcimiento perruno. Y, por el medio, la necesidad perentoria de una estación de ferrocarril como es debido y otra de autobuses.

La solución a este estado de cosas, ya se ha dicho hasta la saciedad, depende de que tres administraciones diferentes se pongan de acuerdo. Las tres tienen como misión la defensa de los ciudadanos y su bienestar, así como la correcta administración del procomún, pero a la hora de la verdad, otros deben de ser .os intereses en juego porque no hay quien las ponga de acuerdo. Es tremendo. Un túnel recorre la urbe de un extremo a otro sin utilidad alguna, una empresa privada asume el deber de acoger unas instalaciones que bien podría ser una estación de autobuses de hace setenta años y los trenes tienen como término una estación que parece una broma de mal gusto. Mientras, nos hablan de soluciones, presupuestos y a quién corresponde aportar qué cantidad.

De ahí no conseguimos pasar aunque, eso sí, de vez en cuando alguno de los gestores públicos se nos descuelga con una declaración altisonante o algo que parece un paso adelante hacia la solución del entuerto, pero no es así. Tan largo nos lo fían que al lugar ya le han puesto hasta un nombre oficial: parque del "Tren de la Libertad". Los perros y sus humanos están, de momento de enhorabuena y es posible que, dadas la expectativa media de vida de un can, muchos de los que corretean por esos verdes prados no conozcan ahí otra cosa durante toda su existencia.

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