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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Alegrías y penurias

Cumplirá su trigésima edición la "Semana negra" de Gijón a pesar de los pesares y de los palos en las ruedas que se le han puesto por parte de la administración local de esta populosa villa marinera, educadamente, con una mansa sonrisa en los labios, pero trabas al fin y al cabo. Porque si para 2016 habían cambiado algunas letras pequeñas en las condiciones para la justificación de las subvenciones no hubiera estado de más realizar el pertinente aviso: eso es colaboración y empatía, no lo otro. La broma le ha costado a la organización del festival un dinero importante, entre otros el haber perdido algunas bonificaciones fiscales y el aplazamiento de la deuda con la administración tributaria.

Se ha tenido que solventar el marrón con más dinero que no sirve para poner en marcha el festival, porque un crédito bancario tiene un coste. Así que al palo de Hacienda, se suma el coste financiero. Las edilicias formaciones de babor han conseguido 75.000 euros más para este 2017. A ver en qué momento se cobran. Como ya se puso aquí en otro momento, tampoco el gobierno del Principado se estira mucho con este importante evento cultural y festivo, como si la SN no fuera, desde hace treinta ediciones un importante atractivo para la Asturias toda: ahí tendría que hacérselo mirar también el gobierno de Javier Fernández.

Libró por los pelos, casi en el límite de tiempo la "Semana negra", pero al Sporting no se le arregló: a Segunda sin paliativos y le sobró hasta una jornada para recibir la nefasta sentencia del descenso. Algo pasa. La propiedad mayoritaria tiene que hacérselo mirar. Si algo ha quedado claro es la falta de reflejos de unos gestores que actúan con una lentitud muchas veces desesperante. En ninguna de las situaciones difíciles en lo deportivo han sabido, querido o podido actuar con la diligencia que era de esperar. Se comprende que rebajar la deuda era algo prioritario, pero más lo era mantener el estatus de la Primera. Han hecho la mitad del trabajo y, a la vista de los resultados, se comprende que la propiedad padezca unos índices de popularidad más que mejorables.

Volvemos a vueltas con las terrazas hosteleras. Los, chigreros que se procuran su ganancia, o quizá supervivencia, a costa de invadir las vías públicas se quejan de que, dos años después, se pretenda dar otra vuelta de tuerca a la ordenanza que regula estas instalaciones callejeras que, en demasiados casos, invaden nuestras calles. Mi querido barrio del Carmen es un ejemplo formidable de un desmadre que los poderes públicos municipales no tendrían que haber nunca consentido. Ahora se quejan de que probablemente les hagan desmontar verdaderas construcciones que taponan y hasta hacen peligrosas para el mantenimiento de la seguridad algunas de las calles de estrechas calle peatonalizadas. Prologar la superficie de los negocios a costa de la seguridad y la convivencia con los vecinos no es una buena forma de ganarse el pan. La explotación de un negocio hostelero no lo admite todo, por ejemplo la invasión de calles completas, así que tendrán que conformarse con algunas restricciones.

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