La primavera, a pesar del resurgir de la naturaleza, suele ser nefasta para mucha gente. En estos días no oigo otra cosa que el comentario de que la gente está cansada, deprimida, los niños agotados y las madres deseando que acabe ya el curso. Circunstancias que hacen que tu vida no sea color de rosa.

Te quejas por esos días que te levantas con una enorme nube negra que te impide ver el sol que la naturaleza nos regala estos días, y oyes el ruido de las sirenas. Y ves la cara de una niña de 8 años que está desaparecida en Manchester y el horror, la desesperación y las lágrimas ya tienen sentido. Y piensas que no tienes derecho a nada, porque esa madre, esa abuela, ya no estará nunca más cansada, ni exhausta, porque alguien, un monstruo que disfrazado de religión se ha metido en el alma ( a veces dudo que la tengan) de miles de musulmanes nos hacen recelar de todo.

El terror no se racionaliza y queda muy bien decir que no lo conseguirán, que no debemos parar nuestra vida. Y tienen razón. Pero las que somos madres procuraremos que nuestros hijos, si además viven muy lejos, tengan cuidado, no vayan a sitios multitudinarios, ni turísticos y estaremos con el alma en un puño, como me imagino habrán estado todos los familiares de los cientos de españoles que viven en Manchester.

Todos los atentados son más que execrables, recuerdo aún los terribles años que vivimos aquí, cada día con una muerte inútil, a mí no se me olvidan, porque siempre me parecieron una cobardía y una sin razón. Pero cuando toca a niños y adolescentes parece que todo tu cuerpo se rebela, que hay una mezcla de sentimientos entre pena, rabia y desesperación. Porque ellos siempre tienen que irse después de nosotros, porque es antinatural.

Casi no he podido ver las imágenes. Supongo que el hacerme mayor me hace ser aún más sensible (lo que me faltaba) porque la verdad es que me pongo en la piel de cada uno de los familiares de los fallecidos. Algunos era la primera vez que acudían un concierto, me imagino su ilusión, su entrada comprada hace meses, el momento de quedar con las amigas y con los padres para ver quien las recoge, como tantas veces hemos hecho, esperando que salgan felices y sigan con su vida, una vida que un loco le ha arrebatado. Y mi pregunta, porque no hago otra cosa, es ¿qué podemos hacer? ¿Cómo podemos impedir que este fanatismo se propague cómo lo está haciendo y sea una verdadera pandemia? No tengo la respuesta evidentemente. Pero hemos confiado nuestras vidas a un mundo occidental guiado por unos políticos que hemos elegido para que paren esto. Porque esto no puede seguir así, ahora ya no. No con nuestros hijos.