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Crítica / Música

Namirovsky: la técnica y la emoción

Como cada año, los conciertos del Festival Internacional de Piano de Gijón llegan para aplacar los excesos de la Semana Grande y poner algo de sosiego en la programación musical de la ciudad. El mismo día de los fuegos se celebró el habitual maratón de piano en el paseo de Begoña y, desde entonces, se han sucedido las clases, las conferencias y los recitales en diferentes lugares de la ciudad; una actividad que este festival lleva desarrollando a lo largo de sus dieciocho ediciones, y que le ha servido para ganar fama y prestigio internacional entre profesionales y estudiantes del piano, pero también para conectar con la ciudad, abriendo una parte de sus actividades al público.

El martes se iniciaron los conciertos de los pianistas profesionales. El Teatro Jovellanos acogió el primero de ellos, a cargo del pianista y pedagogo ruso MishaNamirovsky, con un público heterogéneo en el que los locales se mezclaban con el gran número de participantes llegados de otros países para el festival. Igual de heterogéneo se presentaba el programa del concierto, todo un reto a primera vista por la cantidad y variedad de lenguajes de las obras, y sin duda una prueba de la versatilidad de este pianista, que supo abordar con solvencia cada una de ellas.

Quizás lo que más despistó fueron las danzas cubanas con las que abrió el recital; piezas de Ernesto Lecuona e Ignacio Cervantes enmarcadas en la estilización de la música popular propia de la corriente nacionalista. Namirovsky se tomó su tiempo antes de arrancar cada una de las piezas del programa para dar con el aire preciso desde los primeros compases. Así, "La comparsa" de Lecuona empezó con una interpretación firme y acertada del ostinato de danza que evidenció al instante la precisión técnica del pianista. Sobre los ritmos caribeños discurrieron con fluidez los temas y los giros melódicos asociados por el imaginario popular a la isla.

La "Sonata en do menor" de Schubert supuso un cambio de atmósfera en el concierto, pero la capacidad del compositor austriaco para atrapar al público se impuso y la expresiva interpretación Namirovsky nos condujo por el sentimiento contenido de una obra que conjuga la estructura clásica con el lenguaje romántico. La melodía avanzaba con elegancia y con puntuales juegos de agógica y dinámica magistralmente ejecutados por el pianista. En segundo movimiento fue especialmente emotivo, con la tensión generada por los acordes retardados y las progresiones melódicas constantes hacia el agudo; todo lentamente abocado a un final en el que se disuelve el compás y la pieza parece dormirse.

La segunda parte fue un recorrido difícil de seguir por la cantidad de obras y la rapidez con la que discurrieron. La "Sonata en Fa mayor" de Beethoven sonó con seguridad, sin vacilaciones y con el empuje que precisa la música de este compositor. Espectacular, por virtuoso, fue el "Presto" final.

Después, Rachmaninov, Debussy y Scriabin supusieron una rápida transición hacia el siglo XX pasando del romanticismo a las atmósferas impresionistas. Todo un alarde de manejo de lenguajes por parte de Namirovsky, que supo combinar técnica y emoción en su justa medida y lograr una merecida ovación por parte del público.

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