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Presidente de Nuevas Generaciones en Gijón

Sobre la cooficialidad del asturiano

Una polémica artificial instrumentalizada por determinados colectivos y que divide a la población

La lengua asturiana es un patrimonio de todos los asturianos, así como una seña de identidad indispensable de nuestra cultura. Su uso, amparado y fomentado bajo una Ley de 1998 aprobada por un gobierno del Partido Popular, es libre y goza de promoción por parte de las instituciones. Respeto profundamente a aquellos que la hablan y difunden. Asturias, nuestra tierra, es rica en tradición y sentimiento, y el asturiano es una muestra palpable del orgullo que siempre hemos tenido de ser lo que somos.

Ahora bien, durante los últimos meses hemos escuchado cómo una polémica se cierne sobre el asturiano, dividiendo a la sociedad y sembrando ruido por parte de algunos que han decidido instrumentalizar este nexo de unión entre tradición y modernidad, exaltando la lengua como herramienta de confrontación social. Por ello, me gustaría argumentar por qué considero que el asturiano no debe ser una lengua oficial de nuestra Comunidad Autónoma.

La lengua asturiana es de todos y, por tanto, no hay academia o colectivo que posea su exclusividad, ni grupo de presión que se pueda arrogar el papel de portavoz de la misma. El asturiano es de nuestra tierra y de sus gentes, quienes durante siglos han decidido hablarlo libremente. Mediante la citada Ley de Usos y Promoción del Asturiano/Bable, se oferta en el sistema educativo de manera optativa y se fomenta por parte de las instituciones con no pocos recursos económicos y materiales. Es por todo esto que lo mejor que tiene la lengua asturiana es la libertad para su utilización, la cual hace que crezca de la mano de los asturianos y no se imponga mediante estratagemas de ingeniería social. Sí, el uso que hacemos de nuestra lengua es una expresión de libertad, palabra que a muchos da alergia.

En segundo lugar, es normal que haya personas, grupos y colectivos que vean en la expansión del asturiano un futuro nicho de mercado. Sin embargo, el desarrollo de las instituciones que dicen fomentar su habla, no puede sobreponerse a la libertad de elegir de los ciudadanos. El cariño que muchos tienen al asturiano hace que se confunda cooficialidad con preservación, sin embargo, pocos saben que dicha cooficialidad llevaría aparejado un proceso de inmersión lingüística en todos los ámbitos de la sociedad y de la Administración Pública. Porque la cooficialidad eliminaría la posibilidad de estudiar íntegramente en castellano y cambiaría la composición de todos los equipos docentes de Asturias, entre otras cosas. Del mismo modo, establecer el asturiano como lengua oficial obligaría a incluirlo como requisito indispensable en oposiciones y a ajustar todos los niveles de la Administración al bilingüismo, desde las rotulaciones de los edificios a la atención médica o los servicios de atención al ciudadano, con el consiguiente gasto que ello conllevaría. Es decir, un proceso de este tipo solo beneficiaría a aquellos que poseen y/o imparten titulaciones de conocimiento del asturiano y no a la inmensa mayoría de ciudadanos.

Entre estos grupos minoritarios con intereses muy particulares, llama poderosamente la atención el papel de Carmen Moriyón y su equipo de gobierno, votando favorablemente a una propuesta que exige la cooficialidad y que solicita una reforma del Estatuto de Autonomía desde la óptica de un conflicto lingüístico inexistente. Una futura reforma de esta norma debe nacer de una revisión de asuntos mucho más importantes para los asturianos como el equilibrio territorial entre las diversas zonas de nuestra geografía, la recuperación demográfica o las competencias territoriales de nuestra comunidad. Sin embargo, el gobierno municipal de Moriyón ha decidido escuchar a los que más gritan y seguir presos de sus socios de gobierno comunistas, en lugar de atender a la mayoría de gjioneses. Un posicionamiento muy desleal, por cierto, con su programa electoral y su programa de gobierno.

En definitiva, mal camino llevaremos si esas minorías no dejan de poner etiquetas de buenos y malos asturianos, como otros han hecho en otros territorios españoles. La política identitaria será un fracaso porque ya estamos orgullosos de lo que somos y porque no necesitamos que nadie nos diga cómo hablar, cómo pensar o cómo debemos amar a nuestra tierra.

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