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Jovellanos y Meléndez Valdés

Recordando al ilustrado gijonés en el aniversario de su muerte a través de las cartas de un admirador

Parece oportuno que recordemos hoy a Jovellanos, en el 206 aniversario de su muerte, bajo la mirada y el recuerdo también de Juan Meléndez Valdés, por haberse cumplido este año el centenario de su muerte. No creemos que haya habido nadie que haya expresado con palabras más tiernas e íntimas su afecto a Jovino como lo hizo él.

Tenía 22 años cuando comenzó a cartearse con Jovellanos, diez años mayor que él y residente en Sevilla, pidiéndole algunos versosy ofreciéndole su amistad: "Sírvase V.S? mantener alguna correspondencia con las musas salmantinas y hacerlas partícipes de algunas producciones. Estas lo desean con ansia y lo tendrán a singular favor, y yo el que V.S. me cuente entre sus más afectos y me mande en cosas de su gusto". Para esas musas salmantinas: Batilo [Meléndez Valdés], Delio [Diego González] y Liseno [Juan Fernández de Rojas], Jovellanos será el maestro,"el Gran Jovino".

Comenzó así una dulce correspondencia de la cual lamentablemente solo conocemos una parte; faltan las cartas de Jovellanos, salvo una. Todo cuanto leía, todo cuanto emprendía el extremeño, se lo comunicaba al maestro. Así, por ejemplo, había comenzado a aprender inglés "con un ahínco y tesón indecible", y pensó en comunicarse en esta lengua con Jovellanos, quien parece que algún consejo al respecto le había dado: "Dios quiera que algún día pueda entablar una correspondencia inglesa con V.S. y mostrar en mi adelantamiento la estimación que hago de sus avisos". Jovellanos, en efecto, sabía inglés y, por lo visto, mucho, incluso llegará a escribir una gramática inglesa para la enseñanza en su Instituto (también otra francesa). Sin embargo, en nuestra opinión, estaba algo lejos de la enseñanza bilingüe de nuestros días. "La lengua nativa será siempre para el hombre el instrumento más propio de comunicación -decía en su Memoria sobre educación pública-, y las ideas dadas o recibidas en ella serán siempre mejor expresadas por los maestros y mejor entendidas por los discípulos". Bien es verdad que se refería al latín y al griego, pero la razón expuesta vale para cualquier lengua viva, muerta o moribunda. Según él, el maestro ha de explicar en lengua nativa.

Un día Meléndez informa a Jovellanos de que entre los manuscritos de la Universidad de Salamanca había inédito un Método de Latinidad, trabajado por Fray Luis de León y por El Broncese, que, "como todas las cosas buenas, tuvo la desgracia de ser reprobado en el claustro, y haberse después sepultado en la oscuridad de un indigno olvido". Pues bien, Jovellanos enseñará latín a su amanuense, Martínez Marina, durante su estancia en el castillo de Bellver con un método rápido y original. ¿Llegó, por tanto, Jovellanos por medio de su amigo a conocer el método luisiano? ¿Tendría algo que ver aquel método con el de Jovellanos? He aquí un interesante tema de investigación jovellanista.

Huérfano de madre desde la infancia, muerto su padre y finalmente su hermano mayor, único que le quedaba y a quien debía su educación, Meléndez caerá en una honda depresión y Jovellanos será para él, no solo el amigo y maestro, sino también su hermano y su padre: "?Y mi maestro / y mi amigo y mi padre ser quisiste". Incluso le dirá: "?tú solo existes, / tú solo para mí en el universo". En varias ocasiones confiesa Meléndez no ser capaz de expresar todo el afecto que siente hacia Jovellanos: "Mi inclinación a la verdadera amistad es decisiva, y colocada ya en un tal amigo como V.S. va hasta lo sumo y no puede decirse adónde llega".Y en otra carta: "Hoy le decía a Delio: 'Cuando yo esté en Madrid, y por un lado abrace a nuestro Jovino y [a] usted por otro, y entre ambos a dos le estrechemos en nuestros brazos, ¡qué gusto será!' En esto apretaba yo la mano a Delio, y fuera de mí le decía: 'Yo no puedo decir lo que es Jovino, ni lo que yo le quiero'".

Y en efecto, llegó a Madrid y pasaron juntos deliciosas noches en el Retiro, en lecturas hasta el alba y en disputas agradables:"Y Madrid goza los opimos frutos / de tu constante afán. ¡Oh! ¡qué de veces / mi blando corazón has encendido, / Jovino, en él; y en lágrimas de gozo / nuestras pláticas dulces fenecieron! / ¡Qué de veces también en el retiro / pacífico las horas del silencio / a Minerva ofrecimos, y la diosa / nuestra voz escuchó! Las fugitivas / horas se deslizaban; y embebidos / el alba con el libro aun nos hallaba/ ¿Pues, qué, si huyendo del bullicio insano/ en el real jardín?... ¡A dónde, a dónde / habéis ido, momentos deliciosos! / ¡disputas agradables, dó habéis ido!".

(Razón llevaba Gerardo Diego cuando dijo: "cuánto lloraban nuestros abuelos en el siglo XVIII").

Jovellanos le recomendará en su ascenso en la carrera judicial hasta llegar a Oidor de la Cancillería de Valladolid. Viendo "tanto, tanto como se interesa por mí -le escribe- y en mis desgracias, no puedo menos de confundirme y repetir mil veces: Semper honos nomenque tuum laudesque manebunt".(Este verso de Virgilio -Eneida, I, 609- debería figurar, como ya dijimos en otra ocasión, en la estatua de Jovellanos; sin embargo, curiosamente, donde figuran es en el costado izquierdo de la estatua de don Pelayo, y aparecen hoy traducidos por el profesor Villara los pies de ella de esta manera: "siempre permanecerán tu honor tu nombre y tu gloria").

Meléndez Valdés, al enterarse del nuevo destino de Jovino en Madrid, vaticinó que habría de llegar a ser ministro: "La corte es el centro de todo lo bueno, y ya de justicia debía V.S. lucir en ella sus prendas y su raro talento, y coger el fruto de sus trabajos; lo que resta es que veamos a V.S. cuanto antes en el Consejo, en la Cámara, y más arriba, en una secretaría de Estado".

Entre ambos amigos hubo sus confidencias. Por ejemplo, Meléndez, estando en Valladolid, casado en secreto con María Andrea de Coca, de quien no tendrá hijos, se acerca a Palencia para abrazar a su amigo y está con él un par de días. Al despedirse ("despedida tierna", dice Jovino), le revela cierto mal o indisposición de su mujer y recibe este consejo que Jovellanos nos rebela en su diario: "que la mueva a consultar primero una m[atron]a, luego un c[omadr]ón, todo a su presencia, y que cuando ambos estén seguros tome supartido con decoro y secreto. Infeliz. El último de los males". No se sabe qué indisposición fuera esta que mereció aquel comentario: "Infeliz. El último de los males".

Por otra parte, Meléndez será uno de los testigos que la erudición jovellanista ha traído al juicio de la Historia para probar que Jovellanos tuvo un hijo natural. En una de sus cartas le dice a su "dulcísimo Jovino": "Sea enhorabuena por el bello niño de Almena la bella". La frase en sí no es irrefutable. Como ha dicho Vicente Cueto en varias ocasiones, es frecuente en el lenguaje retórico y más entre poetas, llamar hijos o niños a sus obras: Jovellanos, por ejemplo, en carta a González de Posada, utilizó este apelativo para referirse a su Descripción del Catillo de Bellver. Ni siquiera se vuelve irrefutable cuando vemos que, por entonces, un amigo de la familia de Jovellanos dándole noticias de su madre le dice: "la zumbamos mucho, porque le distingue [al propio Jovellanos] de los demás hijos en los cariños y le pronosticamos una nuera alemana, que no lleva muy a bien". ¿Tuvo Jovellanos una novia alemana? ¿Sería la Alcmena de sus versos? ¿la Almena que nombra Meléndez? ¿Por qué no? Entonces tenía que ser de ella el bello niño. Sí; pero también pudo ser un poema o una obra que ella inspirara. Si Batilo en una ocasión dice: "Que tú has sido mi numen, oh Jovino / y que hijos son de tu amistad mis versos" ¿no pudo ser el bello niño de Jovino, versos inspirados por el numen de Alcmena? Irrefutable no es el testimonio de Meléndez; estamos ante pruebas circunstanciales. Esperemos nuevas pruebas concluyentes.

Meléndez, como es sabido, tomó el partido de los afrancesados y murió en Francia. Sin duda, Jovellanos, que rompió su amistad con Cabarrús por igual motivo, debió también romper ésta. Le quedaría, eso sí, la conciencia de haber sido fiel: "Cuando todos me abandonaran -había escrito-, más gozaría mi corazón en el sentimiento de haberles sido fiel que sufriría en el de su infidelidad". Pero lo mismo podía decir Meléndez, pues hasta entonces fue la de ambos una fiel y tierna amistad, testimoniadas con las lágrimas que tanto gustaban verter nuestros tras-abuelos del XVIII.

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