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Crítica / Música

La "Carmen" menos española

Reescrituras, revisitaciones, reelaboraciones? son términos que se imponen en todos los repertorios artísticos dentro de la lógica postmoderna para actualizar clásicos y ofrecer nuevas visiones de historias y personajes que forman parte del acervo popular. Este es el espíritu del espectáculo "Una Carmen del siglo XXI" de Víctor Ullate, una nueva versión de la ópera de Bizet y del personaje que más ha internacionalizado los tópicos de lo español. Carmen ha sido reformulada de mil maneras: inspiró espectáculos de revista y vaudeville ya en el siglo XIX, Carmen Jones la encarnó negra en el musical de Broadway y, a principios de este siglo, Beyoncé protagonizó una versión rap en una "hip hopera" televisiva. Sin embargo, a pesar de las mutaciones del personaje, en todas estas versiones los tópicos de lo español estaban presentes de una u otra forma.

La promoción del espectáculo de Víctor Ullate prometía no dejar a nadie indiferente, y así ha sido; todos los que el viernes acudieron al teatro Jovellanos salieron con una opinión, a favor o en contra, más o menos contentos, pero el objetivo de provocar reflexión narrativa y estética en el espectador se ha cumplido. La prolongada ovación final, con parte de un teatro lleno puesto en pie, reconocía la rigurosidad y el buen hacer de una compañía de primer nivel. Impecables los bailarines, en especial Marlen Fuerte como protagonista, que brilló en los números en solitario y destacó por su magnetismo en los grupales; la escenografía también estuvo muy bien conseguida con escaso mobiliario y una acertada iluminación.

Ahora bien, lo que más sorprende en esta versión es el empeño de Ullate por eliminar todo rasgo de "españolidad" de la obra. Los esfuerzos por omitir tópicos y rasgos costumbristas desplazaron la obra de Sevilla (y de España) para situarla en un no lugar, con espacios carentes de identidad y de corte futurista que dieron un aire distópico a una narración con reminiscencias del "Fahrenheit 451" de François Truffaut.

El vestuario renegó de tintes historicistas, capas o vuelos, y apostó por el color negro y la textura del cuero, con puntuales rojos de significado ambivalente para Escamillo y la alegoría de la muerte. La coreografía estuvo cargada de afecto y se fundamentó en el estilo clásico que define a la compañía, con puntas y portés, evitando figuras flamencas, sin braceos ni floreos, y con puntuales chasquidos de dedos. En la música no faltó la obertura ni la habanera, por supuesto, pero primaron las percusiones con patrones polirrítmicos en números tan significativos como la presentación en escena de Carmen, que logró un efecto orientalizante más cercano al África subsahariana o al antiguo Egipto (por la peluca/tiara) que a la Andalucía pintoresca.

El esquema narrativo siguió los patrones de la obra de Bizet, aunque la acción tarda en avanzar y se precipita en la parte final. El inicio despista, especialmente los pasajes que dan protagonismo al modisto y el desfile de moda en la proyección de vídeo, que resulta incluso kitsch. No obstante, el resultado funciona, "Carmen" se reescribe y amplía su narrativa lejos de los tópicos y con el sello estético de Víctor Ullate.

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