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Tormenta de ideas

Ahora, Quini, ahora

Eras mi orgullo en Madrid y un asiduo a las tertulias de mi padre, Emilio "el de la Escolar"

No sé cuántas veces lo habré gritado. Yo no tenía ni idea de fútbol pero ennoviada como estaba no me perdía un partido del Molinón, cuando tú estabas. Y por supuesto para qué comentarte lo orgullosos que nos sentíamos toda la pandilla, cuando ibáis a Madrid y te veíamos tocar el esférico con la magia que hizo que te pusieran el sobrenombre del Brujo. Nunca, en la vida, he vuelto a ver otro jugador como tú. Para mí, eras, eres, el mejor del mundo. Sabíamos que si centraban, el gol estaba cantado y las gargantas se unían en ese famoso "Ahora, Quini ahora" que nunca nadie te podrá arrebatar.

Ha sido un mes duro, de muchas pérdidas, y la tuya es como si fuera de mi familia. Y sé que sonará extraño pero no lo es. Tú eras mi adolescencia, mi orgullo en Madrid de ser sportinguista, eras asiduo a las tertulias de mi padre, D. Emilio "el de la Escolar", aunque todos le llamabais Míster. Aún hoy me encuentro a Cheva, mi Echevarría y no hay un día que no llore recordando aquellas horas de los lunes en las que os reuníais para hablar de fútbol y escuchar los consejos del que alguien me dijo era un gran psicólogo y una maravillosa persona: Mi padre. Ese que ahora, Quini, estará contigo comentando las jugadas. No te entrenó a ti, pero sí a muchos otros, algunos que ya se han ido, como Tati Valdés, o Magdaleno que hace tan solo unos días pasó a engrosar la plantilla de allá arriba, y tantos, tantos otros, que se sentían felices en aquellas interminables conversaciones en la Escolar, porque vosotros, todos eráis como sus hijos, quizás los varones que papá no tuvo.

Me encontré dos veces contigo. La primera, siendo una adolescente, cuando papá estaba en el hospital, una de las muchísimas veces que estaba ingresado, cuando tú eras todo un ídolo, mi ídolo, y pasaste a verlo porque tenías a su padre ingresado y te enteraste que el mío, el míster, también lo estaba. Yo me moría de orgullo... y ¿sabes? La segunda vez que hablé contigo, habían pasado muchas, muchas cosas.

Yo tenía un programa en la televisión local en la que abordábamos temas de salud mental. El año 1998. Te habían secuestrado, habías colgado las botas y ahora estabas en tu casa, en Mareo. Yo tenía que hacer un programa de estrés postraumático y te llamé. Te dije quién era, y no dudaste en concederme una entrevista íntima y sincera, en la que reconocías claramente los síntomas del trastorno, pero como siempre quitándole importancia, aunque ¿sabes? a mí me pareció ver un poso de tristeza en tus ojos cuando recordabas lo que habías pasado después de la liberación.

Como siempre fuiste cercano y maravilloso. Nos dimos un abrazo y no volví a verte. Luego supe lo de tu cáncer y recuerdo haber llorado cuando te vi recibiendo el amor y el calor de esta mareona que siempre fue tuya, y sé que te vi muy desmejorado. Recuerdo que pensé lo peor, y no quería ni verte... pero como siempre también a la muerte, a la enfermedad, sabías como diblarla, y conseguiste que volviera a verte reír, con un aspecto inmejorable, animando a este Sporting que tantas canas nos saca. El nieto del míster lleva los colores rojiblancos en el adn, no se pierde un partido nieve o haya ciclogénesis, pero siempre le digo que aquel Sporting que vivimos cuando éramos tan, tan jóvenes, era muy muy especial, y ese ya no volverá, ese se lo ha perdido. Y es que estabas tú, Brujo, y eso solo se ve una vez en la vida, solo una. Anda, ahora que El Molinón tiene tu nombre, échanos una manina desde allá arriba... y dale un beso enorme a papá. Y no olvides que todos te queremos.

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