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Crítica / Música

La mecánica se hace música

Pierre Bastien presenta su universo sonoro en el Festival Vericuetos, que llega a su quinta edición

Mucha de la música que nos rodea es fruto de algún dispositivo mecánico ideado para generar sonido con unas cualidades determinadas; la construcción de instrumentos tiene mucho de mecánica. Pero Pierre Bastien le da la vuelta a este argumento y parte del polo opuesto para dar forma a una propuesta en la que convierte el sonido de la mecánica en música. El pasado viernes, este músico francés llegó a la ciudad para presentar "Quiet motors" dentro de la programación del Festival Vericuetos, que este año cumple su quinta edición.

No era un evento al uso; de hecho, se presentaba como "un concierto con esculturas sonoras", y la curiosidad o la expectación hizo que el salón de actos del Antiguo Instituto se llenara hasta la bandera. En el escenario se adivinaba una máquina con multitud de vericuetos, y una cámara proyectaba el dispositivo en una gran pantalla. Bastien activó el movimiento y el mecanismo comenzó a sonar de forma regular, construyendo ostinatos y bucles que dibujaron una atmósfera inmersiva. El efecto era hipnótico, porque la suma de texturas sonoras y su constante transformación podían verse en directo en la pantalla con las intervenciones de Bastien en los mecanismos. Era un auténtico ballet mecánico que, sin duda, habría encandilado al propio Lèger y a todo el círculo de vanguardias.

Este "Quiet motors" es una suite de siete piezas en las que se suceden los contrastes. Priman los sonidos mecánicos, que a golpe de repetirse adquieren una cualidad musical, y sobre esta base Bastien introduce todo tipo de elementos (clavos, gomas, tejidos?) para lograr diferentes colores tímbricos que desafían las fronteras entre la música y el sonido como materia. El propio músico acompaña a las máquinas tocando instrumentos de viento y cuerda preparados, e introduce loops audiovisuales de piano o percusión. El resultado es una sonoridad rica en cuanto a texturas; hay melodías, motivos, desarrollo temático, pero la cualidad del sonido no se corresponde con ningún instrumento definido. Hay vientos, cuerda frotada, percusiones, pero con materiales y formas nada convencionales. También se reconocen lenguajes del jazz, incluso citas de temas concretos (me pareció oír el fraseo de "El manisero"), pero con la personalidad que aporta una maquinaria construida y manipulada por este músico.

Durante una hora nos vimos inmersos en este clima, atentos a la pantalla para no perdernos cada transformación que experimentaba el mecanismo y dejándonos llevar por el sonido, con la atención que se presta a una creación orgánica y efímera. Como no podía ser de otro modo, el final llegó cuando la maquina se paró, la magia se rompió y los protocolos de aplausos y ovaciones nos hicieron recordar que estábamos en un concierto. Eso sí, salimos a la calle con la certeza de haber visto algo fuera de lo convencional, y es que ese es el espíritu del Festival Vericuetos.

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