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In memóriam

Jorge Jardón, el corresponsal

Adiós a una pluma puesta al servicio de las necesidades del pueblo

Hace unos días se nos fue un buen amigo, Jorge Jardón corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en Navia, pero en realidad cubría casi todo el Occidente. Jardón era un hombre de carácter muy especial y reservado, tan especial, al menos, como lo podemos ser cualquiera de nosotros pero, a su vez, era un ser de gran humanidad, siempre dispuesto a poner su pluma al servicio de las necesidades del pueblo, de sus problemas solamente quería que su noticia sirviese para ayudar a la solución de los entuertos en que nos meten o en que nos metemos.

El empresario de cine naviego era de temperamento y carácter bohemio, siempre se encontraba detrás de un pitillo, que, con frecuencia, él mismo liaba; a nivel de tabaco, solamente competía con Jesús Villa Pastur, con quien mantenía una buena relación. Jorge Jardón tenía cara de pocos amigos, pero a la vez era afable y afectuoso; su sonrisa no era fácil, pero era auténtica, no solía sonreír para la galería; era un hombre que por la noticia abandonaba su propio negocio y siempre estaba pronto a desplazarse allí donde esta se produjera; eventos, fiestas, problemas de aguas, carreteras, sucesos varios o cualquier acontecimiento, pero él siempre quería ser testigo presencial; su labor la ejercía con entera independencia nunca al dictado de unos intereses partidistas, siempre dispuesto a blandir su lanza, en forma de pluma, contra los molinos de viento que con tanta frecuencia se nos presentan, no en forma de gigantes sino en forma de caciques manipuladores disfrazados o "aforados " por cargos políticos.

Jardón forma parte de una saga de importantes corresponsales de prensa, radio y mas recientemente televisión; hablamos siempre con admiración sobre los grandes corresponsales de guerra o aquellos que nos representan en grandes capitales o en organismos internacionales, entre los cuales siempre ha destacado algún asturiano, pero Jardón prefería las "guerras locales", esas que pareciendo menos relevantes son las que conforman la esencia de nuestra sociedad.

No sé si los pocos habitantes que pueblan el occidente asturiano son conscientes de lo mucho que deben a los corresponsales comarcales, a esa mujeres y hombres que se desplazaron durante años y años por unas carreteras, con frecuencia infernales, o por pistas de tierra, hoy mejoradas pero aun deficientes, afrontando tormentas, de agua, granizo, nieve, vientos o sofocantes calores sin horarios, desde amaneceres a noches tenebrosas, teniendo como acompañante la propia soledad de su misión, para dar puntualmente la noticia del acontecimiento y para colaborar que los abusos municipales truncasen la realización de una obra necesaria o para dar la noticia de un reconocimiento a algún destacado edil, que había cumplido con su cometido y el pueblo, agradecido se lo reconocía.

Hablando de reconocimientos, no estaría mal que la sociedad homenajease a estos corresponsales a quien tantos favores les debemos, y se los debemos porque aunque, cobrasen de sus medios, el trabajo era el de servir a la sociedad voluntariamente con frecuencia, si ellos no existiesen, nosotros no existiríamos porque no se produciría la noticia.

He tenido muchas vivencias con Jorge Jardón y en más de una ocasión acompañado de Jesús Villa Pastur y Álvaro Delgado; con ellos visitamos brañas diversas de Valdés, Tineo y Pola de Allande, recorríamos la comarca buscando y disfrutando de los paisajes y los personajes, los paisanos con los burros con banastas, las vacas con el carro o arando y nuestras construcciones de molinos, batanes, hórreos o paneras, hoy desahuciados. Álvaro, como hombre docto, describía las escenas, Jesús Villa, las comentaba, Jardón tomaba notas y yo trataba de aprender. Con mucha frecuencia, en estos viajes, tras la degustación de un buen pote de berzas con las máximas alabanzas de los comensales, nos dirigíamos hacía Villayón por la carretera de Rellanos y por el camino se entablaban conversaciones con paisanos y paisanas que nos daban lecciones magistrales a todos. Estos son los que deberían estar en parlamento.

Es como si Jardón, quien ya llevaba una larga temporada padeciendo enfermedad y soledad, al igual que Álvaro Delgado, al saber que éste se había ido, decidiese acompañarlo unos días después para encontrarse allí con Jesús Villa y otros muchos amigos con quienes recorrer nuevos caminos, seguro, que en un ambiente mas plácido que el que dejan en ese planeta.

Hace pocos años, Jardón vino a comer conmigo a Navelgas porque quería hacer algo sobre el castro de Luciernas. El acceso era difícil, en aquella ocasión ya lo vi con muchas limitaciones, me dejó la cámara para que yo le hiciese las fotografías, creo que fue lo último que escribió de esta comarca. Cuando uno lo piensa, se da cuenta de que tenemos más amigos y parientes en la otra orilla que en ésta. Eso, querido Jardón, nos reconforta; seguro que ahí, como corresponsal, nos enviarás muy buenos reportajes.

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