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Psicóloga y logopeda

Una consideración psicológica del suicidio

Apuntes sobre el mecanismo interior que lleva a una persona a quitarse la vida

Un fenómeno habitual es el sufrimiento del alma extraña a sí misma y divorciada del mundo. Se trata de la germinación en el alma de la semilla de la confusión ante la propia vida convertida en un escenario desolador. La conciencia del absurdo -mal del espíritu- se presenta asociada con el vehemente deseo de suicidio. Como la hiedra envuelve y mina el muro, este mal se apodera del alma del afectado con un sufrimiento inefable. Mientras la metástasis no alcance a la totalidad del alma, ésta demora 'la hora', en la esperanza de que en cualquier noche saldrá el sol.

¿Por qué el alma atormentada pone fin al sufrimiento con tan trágico desenlace? Con el fatal gesto, el doliente envuelve en el misterio la semilla de su dolor, a la que un día dio acogida en su corazón. Motivos insondables son los del alma del suicida, no construcciones conceptuales de sólida fundamentación sobre evidencias empíricas y lógicas o carentes de tal fundamentación. Cuando una idea conduce al más hondo abismo a quien así la ha adoptado no es por el rigor o falta de rigor en ella, sino porque ésta se ha sostenido con cada latido del corazón doliente. Y es el caso que los latidos lo son por el modo de estar, con quienes se han creado lazos, siendo los más dolorosos, los que golpean con mayor contundencia, los lazos que han sido retirados. El afectado de sinsentido es el sintiente de soledad entre la multitud. Cierto que hay signos que, en una primera mirada, parecerían ser los desencadenantes. Sólo parecen. Sí, en cambio, cabe decir que existe una relación causal entre las ideas que ensombrecen el pensar del doliente y el acto suicida. En rigor, sólo cabe decir que, con 'la hora', el doliente ha envuelto en el misterio de su razón de vivir la que ha sido también su razón para morir.

Es habitual oír que el suicidio es un acto silencioso; quien da a conocer -se dice- sus intenciones nunca las lleva a cabo. Esto no siempre es así. Cierto que, inesperadamente y sin motivo aparente, hay quien, ignorante de lo más silencioso de su corazón y alojado en la desesperanza, se entrega a la fatalidad. Cuáles han sido los pensamientos que han convertido la penumbra de alcoba en noche de murciélagos se pierden desconocidos en las especulaciones de quienes le sobreviven. Sea lo que fuere, ello le ha horadado el alma, hasta conducirle a este "juego mortal". ¿Son penas íntimas? ¿Es el gesto del ser amado, retirando los lazos que les unieron? Es posible considerar que esa mañana despertó apesadumbrado por aquel pensamiento que obscureció su mente, hasta el momento que decidió acabar con aquello que le atormentaba. O tal vez un gesto que abrió la más dolorosa de las heridas y, en silencio, le llevó a concebir el desenlace final.

Es fácil oír la versión deformada, por idealizada, del suicida. Ésta convierte al suicida en personaje trágico de un guión sublime. Habla de él en términos de 'soledad lúcida', solitario atrapado en la indagación acerca del secreto que rodea al destino del hombre. Dice de él ser el héroe replegado en su propia soledad y en quien el pensamiento se hace fecundo, en una época en la que los individuos se resisten a sondar la propia soledad. Este traer el problematismo del hombre a la conciencia le traspasa y sobrepasa por su aparente irresolución. Al encontrase a la intemperie en un mundo desvanecido a su mirada, preso en el vértigo de este foso insondable, y perdida la fe, decide poner fin a su representación en este escenario sin luces.

Lo que sí se puede presuponer es el escenario en el umbral del infierno, al que le ha sido dado asistir al suicida. Es este infierno la consecuencia de la resistencia ofrecida al encuentro sincero. Ahora bien, sí es habitual que no sean los otros quienes se resisten, sino que el infierno esté en el suicida, quien cierra las propias ventanas que le permiten salir al encuentro del otro. Es para el doliente por mal del espíritu, y que ha levantado los muros insalvables entre él y el mundo para quien el destino ha escrito los renglones finales de su tragedia. En cambio, lo que hay de cierto en quienes han llegado al umbral del infierno es la cuestionable razón de ser de una vida vacía de contenido, así como la aprehensión de sí mismo como extranjero en un mundo extraño, incluso, hostil y, tal vez, la profunda melancolía por un paraíso perdido.

Lo constatable en el acto suicida es el reconocimiento de haber sido sobrepasado por la misma vida, el absurdo esfuerzo por hallar una razón que dé sentido al hecho de existir.

El hecho es que la razón que conduce al gesto fatal queda para la especulación de quienes le sobreviven.

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