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Psicóloga y logopeda

El enigma

Los mecanismos psicológicos del melancólico y la resistencia al abandono por parte del ser amado

Encapsulado en el dolor, el melancólico no habla; rechaza la cura por la palabra. A ese alma lacerada por la melancolía le urge hablar de su penar; sin embargo, el melancólico, silente en el sufrimiento, se resiste a que la mirada experta guíe su decir de sí mismo. A los más cercanos, a quienes amándole hacen suyo el hondo sufrir del familiar, el melancólico castiga con el silencio. Desconcertados, sin dar con aquello que alivie el sufrimiento del ser querido, impotentes sucumben al desmoronamiento moral, mayor cuando la mirada del familiar sólo sigue la estela de "la hora", "la última", "la que mata".

Para un análisis fenomenológico de la conducta humana, es un "enigma la tendencia suicida", inclinación presente en un elevado número de melancólicos. Admítase que el objeto amado no se destruye y, con ello, que el propio "yo" es lo más amado, como parece poner de manifiesto la fuerte carga narcisista, característica consustancial a esta instancia psíquica. Admitido esto, ¿cómo explicar aquella "tendencia suicida" en el melancólico? En la experiencia analítica se constata que el melancólico, en un primer momento, ha alimentado "impulsos homicidas" dirigidos a la persona "más íntimamente ligada a él", impulso "vuelto luego a sí mismo". Lo constatado es que tanto "en el suicidio como en el enamoramiento extremo" la vida anímica queda dominada por el ser amado. En el caso del "enamoramiento extremo" esta dependencia del amado y su omnipresencia -en forma de recuerdos, añoranzas y anhelos- son propias del estado anímico de embriaguez por el que pasa el enamorado. Pero, ¿qué ha acontecido en el alma del melancólico para anhelar la última campanada del reloj? El sufriente de "enamoramiento extremo" se resiste a ser abandonado por la persona amada. El dolor alcanza su mayor profundidad cuando el sufriente imagina o asiste a la escena en la que los labios de su ser amado son explorados por los labios de quien, ahora, le arropa entre sus brazos.

El alma del melancólico sufre porque se resiste a aceptar que la persona amada le abandone. En este estado anímico, el enamorado erige en su propio "yo" el "objeto sustitutivo", mediante lo que en clínica es denominado "identificación" con el objeto amado. A partir de este momento, su vida anímica se ve asaltada de vivencias con un alto componente afectivo. Esta presencia tan cercana, tan íntima, tan dueña de su alma, le mortifica sin cesar. Y, por razón de esta mortificación, el amor apasionado es, al mismo tiempo, odio. Al respecto, el saber popular aconseja "olvidar", "volver a enamorarse" y consejos que invitan a que el enamorado despechado pase capítulo en su vida. Pero el paciente de melancolía, por abandono del amado, es sabedor de que la salida no es tan fácil, que estos consejos no pasan de ser buenas intenciones. El hecho es que su dolor sigue ahí, como si de "una herida abierta" se tratara, y como no encuentra alivio a ello, sólo cabe la solución -así lo cree- de ponerle fin. Como este sufrimiento está tan en él, tan siendo su ser mismo, no otra solución hay -piensa- que acabar con la propia vida.

En algunos casos la melancolía cede a la "manía". Se trata de "un estado sintomático opuesto". En esta fase el individuo se muestra sumamente animoso, movido por buenas intenciones y ganas de llevar a cabo grandes y numerosos proyectos. Desde una consideración clínica, la fase maníaca se interpreta como una superación transitoria del yo respecto del sufrimiento causado por el abandono del ser amado; esto es, "evidencia su emancipación" de quien le hizo sufrir.

El hecho es que estos estados son fases del mismo malestar anímico y, como tales fases, son estados transitorios. ¿Por qué, una vez llegada esta fase maníaca, no se lleva hasta buen término la ruptura e independencia total con el "objeto sustitutivo"? Los individuos que sucumben a la melancolía o depresión presentan grietas en la arquitectura anímica. La baja autoestima, los severos reproches dirigidos a sí mismo y las autohumillaciones no son mecanismos o conductas azarosas que pueden aparecer o no en unos individuos y en otros no estén presentes. No; estos mecanismos, como el estado mismo de melancolía o depresión, requieren de unas condiciones subjetivas, como las que se observan en el individuo cuya arquitectura anímica presenta grietas ya desde su misma cimentación. Naturalezas anímicas más consistentes, ante una circunstancia dolorosa como la ruptura y abandono del amado, se sobreponen, sin sucumbir en un estado de melancolía. Naturalezas anímicas más consistentes, cuando sufren, incluso, decepciones sumamente dolorosas, aun en las peores condiciones, pasan por un estado semejante al duelo, sin tardar mucho en sobreponerse al trauma. En un caso como en otro, tanto en el individuo de sólida armazón psíquica como el que presenta fisuras en su cimentación, cuando tiene lugar una ruptura de esta índole, hay resistencia a admitir que todo se ha acabado, incluso, el sentimiento de tiempo perdido y percepción de debilidad para "afrontar un futuro en soledad". En un primer momento, ambos abrigan esperanzas de que la persona amada entienda qué pierden con su abandono, que ello le haga recapacitar y que decidan volver al lugar que nunca debieron dejar. A estos "asideros psicológicos" pronto deja de acudir el de una estructura psíquica más segura; en cambio, el alma débil se aferra con mayor intensidad a éstos u otros "asideros psicológicos" cuanto mayor sea su miedo al futuro en soledad.

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