En un día de alegría colectiva, como es esta Fiesta del Bollo, los salenses, ante los visitantes que con ese motivo vienen aquí, debemos preguntarnos: ¿Por qué hemos de estar orgullosos de haber nacido, o de haber vivido en algún momento en el concejo de Salas? Como un salense, más me parece que, por si sirve para algo en ese sentido, debo decir aquí por qué yo me he sentido siempre orgulloso de serlo. Y eso fue por ocho motivos.

El primero, por su base natural. Podría decirse que uno de sus elementos esenciales son las montañas, pero eso sucede en multitud de otros lugares, no ya de Asturias, sino de toda España. Mas he aquí que por la vinculación con la capital del Principado exige salvar por la altura de Cabruñana el camino que baja hacia Oviedo por Grado. Pero esta altura, ¿acaso tiene alguna originalidad? A mí me parece que debo a mi maestro Valentín Andrés Álvarez esta noticia vinculada con ese alto. (...)

Pero en segundo lugar, esta carretera, a partir de Salas asciende al Puerto de La Espina. ¿Y con qué nos encontramos en La Espina, camino, ya de Tineo, ya de Luarca? Pues un panorama de lagunillas, que no sólo son turberas, sino que combinan en aquella altura un conjunto biológico de vegetales y animales que entusiasma por supuesto a los naturalistas, pero que además crea un paisaje extrañamente atractivo, porque es poseer al visitarlo, vivencias que son paralelas, por ejemplo a las que se experimentan al recorrer Escocia.

Tercer motivo de maravillarnos, es que esos dos lugares, el de Cabruñana y La Espina son claves en el paso de una de las rutas más importantes históricamente de Asturias, porque pertenecen al Camino de Santiago. Gracias a un estudio precioso del doctor Tolivar, maestro de historia de la medicina, sabemos que este recorrido entre esos dos puertos de montaña tiene complementos derivados de la lucha contra la que se creía era una dolencia creciente de los peregrinos, la lepra. (...)

¡Y cómo no señalar el papel esencial del Viso! Precisamente desde su altura, que permite vislumbrar la costa, la cercanía de Oviedo, buena parte del vasto mundo de las brañas vaqueiras, y por eso, para protegernos a los salenses todos, y también hacerlo, porque su generosidad no tiene límites, a toda una enorme cantidad de asturianos de esta parte occidental del Principado, en el Viso se encuentra la capilla de la Virgen del Viso. ¿Qué salense en un momento de agobio no pidió ayuda, y de inmediato la recibió, de la -como la llamamos íntimamente- la Virgina del Viso? Ella, por eso, convierte a la montaña del Viso, en centro de nuestra orografía, y como una especie de juego para solaz de los salenses, en sus faldas, en una fuente, permite que resida una encantada, como me relató y me llevó hasta esa fuente José Antonio, un cabo de municipales, cuando yo tenía once o doce años. Y me atrevo a decir, ¿no será otra encantada la llamada Doña Lir, que da nombre a un manantial que mucho sirvió para eliminar la sed de la villa de Salas? Y ya que me he metido en el agua y en este terreno mágico, con permiso de nuestra Virgen del Viso, he de referirme al nombre extraordinario de Pozo de Ondinas, en el río Nonaya.

Para nuestro orgullo, al pie de las montañas, no solo está el Nonaya, sino que es afluente del Narcea, y ambos pasan a estar ligados a dos cuestiones que constituyen el tercer gran motivo de orgullo salense. Ambos son, el río grande y el pequeño quienes llevan esa sílaba Na, que evidentemente, los primeros pobladores de Asturias emplearon para decir río. En el valle del Narcea se encuentran dos localidades importantísimas. Una es Cornellana. Parece evidente que su nombre procede de la presencia romana. Corneliana es algo relacionado con algún Cornelio, sin duda un romano que, en buena relación con nuestros pobladores originales, pueblos pésicos que nada tienen que ver con los celtas, por cierto poblaban el occidente asturiano. Y ahí, en Cornellana, tras lo sucedido con la infantita, hija del rey Bermudo, proahijada por una osa que había perdido en aquella cacería donde la niña se había extraviado, a su osezno, al ser recuperada después de haberla cuidado la osa, dio lugar a que, por una promesa muy lógica, surgiese el monasterio de Cornellana.

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Y en ese Narcea, sobre el que hoy he pasado al venir desde La Granda, tiene a sus orillas una localidad singular, Soto de los Infantes. Es singular por un lado porque, según un relato de ese gran médico que es Bernardino Bláquez Ménes en su libro L'Ayalga de papel, de una reina allí residente nacieron, en su primer parto, siete hijos y por ello decidió arrojar seis al Narcea. Yo prefiero, y tiene visos históricos mayores, que en vez de eso el nombre no se debe a estos infantes sino que en Soto se refugiaron, para escapar de la venganza del Cid, quienes habían sido los primeros maridos de sus hijas, los infantes de Carrión. Después de dejarlas, consideraron preciso estar en un lugar muy alejado de su posible venganza. Añado que ahí, en Soto de Los Infantes, por sus condiciones de suelo y de clima, se dan muy bien los naranjos. Yo he consumido, de niño, muchas naranjas de Soto de los Infantes. Se exportaban a Inglaterra hasta que, por el apoyo español a la lucha de Estados Unidos por su independencia se cortó ese tráfico y no volvió a reanudarse. Valencia, más allá, fue la heredera.

Pero en torno al agua existe en el concejo de Salas un cuarto motivo de orgullo. En la Descripción geológica de Asturias, de Schulz, se señala cómo, para la minería del oro que, cantidad importante los romanos extraían de la zona de Ablaneda, desde los altos de la zona cercana a La Espina, y de otras del valle del Nonaya, se construyó un acueducto del que se conserva restos, uno de los cuales es el denominado por Schulz Pozo Cellorico y por Blázquez Ménez, Pozo Cerellericus. Los habitantes de Ablaneda cuentan mil historias mágicas de estas aguas que también se relacionan con las alturas de La Pereda.

Pero si la base natural del concejo tiene estos motivos de orgullo para los salenses, no es posible dejar de aludir a un quinto, que son los salenses. Este quinto motivo de orgullo para nosotros radica en nuestra vinculación, como es señalado, con viejos pobladores de origen germánico. (...)

Pero en Salas, existe un sexto motivo de orgullo. Para ordenar el territorio astur, Alfonso X el Sabio comenzó una operación de repoblamiento y vinculación a la Corona y de disminución de dependencia de poderes feudales. Se consolidan así en Asturias las Polas, mil veces vinculadas con nombres de ríos o montes. (...) Como me dijo Prieto Bances, "los de Salas estuvisteis a punto de convertiros en los primeros calvinistas, hugonotes, o sencillamente protestante". Pero la mitra de Oviedo cedió, se acordó la protección que se recibía como justificante y que esto serviría para pagar el impuesto a Salas. Se me dijo por Prieto Bances: -"Ahí tienes por qué tantas casas con escudos y por qué un ambiente de cierta opulencia surgió en Salas". Y con ello una cierta protoindustria. Allí está la explicación de nombres relacionados con esos primeros pasos industriales como son los de Malleza, Mallecina y Mallecín.

El ambiente de riqueza y libertad creado así en Salas atrajo población. Y es lo que provocó que esa marcha, con carros cargados de productos de los Valdés, llegase a Salas. Los Valdés, son inmigrantes, venían de otras tierras, y si revisamos sus primeros escudos, vemos que lo que los definía en ellos eran circunferencias con cruces que significaban las ruedas de madera de los carros en los que iban de un lugar a otro. Era su símbolo de emigración.

Y de ahí surge el séptimo motivo de nuestro orgullo, porque un Valdés, de Salas -porque hubo Valdeses en otros lugares- fue nada menos que Fernando Valdés, Inquisidor General, Arzobispo de Sevilla y hombre clave en los reinados del emperador Carlos y de Felipe II. (...) Por haber sido admirador de Cisneros y persona muy vinculada con la jurisprudencia, más que con la filosofía y la teología, consideró que la Universidad de Alcalá era mucho más interesante para la formación de las personas que la de Salamanca. Valdés, con ahorros posteriores decidió que ese espíritu complutense fuese el que reinase en el Obispado de Oviedo, y entre otras cosas porque observaba la baja realidad intelectual y moral del clero asturiano, y para mejorarla era preciso crear en Oviedo una universidad más complutense que salmantina. Y también que Salas debía recibir impulso intelectual y de desarrollo económico. Todas estas cosas, conjuntamente, marcaron su vida. De esta vinculación por Salas, no solo queda ese monumento espléndido que es nuestra Colegiata y también el que en ella, con ese extraordinario y maravilloso mausoleo de Pompeyo Leoni, descansar para siempre si moría al norte del Tajo. Si era al sur sería su tumba la Catedral de Sevilla. Así fue, preocupado por Salas, como creó en Oviedo un colegio de señoritas del concejo que debía ser regido por damas salenses. (...)

Y no se puede dejar de mencionar el octavo motivo de orgullo. Multitud de salenses, en los siglos XIX y XX, fueron emigrantes en gran parte de sus vidas a América. Muchos de ellos acabaron triunfando en sus negocios. Pero allí donde estuviesen, jamás dejaron de hacer dos cosas. Por un lado, a través de Centros Asturianos, incluso de Centros de Salenses, en Méjico, en Cuba, en Argentina, en toda América en suma, ayudaron los que habían logrado más triunfos a aquellos a los que la fortuna les fue negada. Eso sucedió en América, pero aquí, en el concejo, también se vertieron sus generosidades, dirigidas a la enseñanza, o a otras comodidades de la población residente.

Ocho motivos fundamentales he encontrado para que los salenses nos sintamos orgullosos de serlo. Por eso podemos decir todos los de este concejo aquello que, en este año del centenario de Cervantes, se lee en su comedia "La conquista de Jerusalén por Godofredo de Bullón", y donde yo he cambiado la palabra tierra por Bollo, en honor de esta celebración de hoy:

¡Dichoso, oh Bollo, el labio que te toca / Oh dichosos los que te han visto / Con tal deseo que su bien provocas!

¡Que aproveche!