El mundo y el Yo o "sí mismo" no siempre están libres de ser dados ambos envueltos en un velo de ilusión. La conciencia que pierde la referencia de lo realmente real y de sí misma, así como del lugar que se ocupa en el mundo, el poblado de los otros, acaba siendo conciencia del sufrimiento. Llegado este extremo, hay quien, anegada su alma de gran pesar y cansancio vital, determina hacer su propia nada y, en este estado de ánimo, adelantarse a la hora que la fatalidad había reservado para él. En el trasfondo de este sufrimiento se deja ver mucha soledad; honda e insondable soledad, y sin orillas. Esta infelicidad tiene su biografía: la de quien, ya en su más tierna infancia, asía con sus manos el pecho de la soledad, o bien la de quien no tuvo pecho, ni cálido ni frío, al que asir sus manos, porque fue abandonado.

También es el caso de aquel de quien se ha apoderado el sufrimiento, la infelicidad. Se trata, por un lado, de quien ha tenido unos padres "solícitos" y cuidadores; por otro, es persona capaz, que ha alcanzado el éxito laboral y social, orgullo de sus padres, y a quien se le supone una personalidad segura y estable. Ahora, en su estado de melancolía, habla sorprendido de su vacío interior, de ser un extraño para sí mismo y del sinsentido que se ha apoderado de su vida. Lo que le ha conducido a este estado de ánimo ha sido el mismo éxito que ya no le sonríe. Pero el vacío de su alma ya es difícil de rellenar, al tratarse de una "situación irrevocablemente pasada" en su tierna infancia. A partir de ahí, su vida anímica la ocupará en encontrar el placer por la vida, que sus padres no le despertaron; ahora, compulsivamente, buscará la aceptación y la admiración de quienes considera importantes en su vida. En esta búsqueda, casi siempre infructuosa, le sorprenderá el naufragio de su propia vida. En la baja hora de ánimo -la del sentimiento de fracaso- y ya solo en su soledad, la inseguridad le atenaza y, en ocasiones, hasta el extremo de no saber qué hacer con su vida, por no saber qué ha sido de ella.

La introspección psicoterapéutica pone al descubierto la desvencijada alma del niño hecho para agradar a los demás, a propios y a extraños. Ya en consulta, el Yo referido, y a la luz de la lámpara, es sombra jironada y ondulante en la derrota. A una mirada inexperta puede sorprender la ironía cuando su relato trae restos del propio naufragio; ello, sin que le conmueva su pasado infantil. Igualmente sorprende su "resistencia" para atender el inconsistente andamiaje afectivo. Lo habitual, en los primeros tramos de la psicoterapia, es el silencio, tras el que se oculta el niño que fue, el del "propio destino infantil". Ello es así por varias razones. En primer lugar, un niño, dada la edad y su desarrollo mental, no siempre vive conscientemente sentimientos, de la índole de los celos, la envidia, la rabia, el sentimiento de abandono o el miedo a serlo.

La segunda razón y la más determinante es el aprendizaje, a muy temprana edad, a no ser motivo de preocupación para sus padres, a no causarles conflictos. ¿Qué ha sucedido? Fundamentalmente, ha desarrollado el mecanismo de defensa de inhibición de los sentimientos que a él le desbordan y sobrepasan, para así evitar que a sus padres les desequilibren e irriten y, sobre todo, para no dar lugar a perder el amor y protección de ellos. Es obvio que el niño, para experimentar sus sentimientos y tomar conciencia de su vivir, necesita encontrar la aceptación y la compañía de sus padres en estos instantes sobrecogedores de su vida. Si no es así, si no encuentra la aceptación y la comprensión en ellos, el niño se verá impelido a renunciar y a experimentar aquellos sentimientos. Sin embargo, este control de sus sentimientos, mediante la inhibición de los mismos, no siempre es eficaz. Una vez éstos se imponen, a fin de desterrarlos de su conciencia y evitar la angustia que ello le genera, recurrirá inconscientemente a recursos de carácter compulsivo obsesivo u otros cuyo daño es de mayor calado psíquico.

En psicoterapia es también habitual asistir al anclaje en la ensenada de una imaginada "infancia feliz". Se trata del relato que da expresión al deseo por lo que no se ha tenido. Con él se pretende maquillar lo que realmente fue, porque asomarse al pasado real es de un dolor hondo, el propio de la fractura habida en el alma. Obviamente, esta biografía de la "infancia feliz" no se corresponde con el pasado vivido. Empero, en el transcurso de la terapia se descubre al niño objeto de manipulación afectiva y de severas exigencias. En su infancia, objeto de proyecciones narcisistas llegadas de los propios padres, se fue haciendo para agradar, primero, a ellos, después, a los demás. Se comprenderá esta adaptación (¿sumisión?) en este ambiente aniquilador del Yo, si se considera el papel relevante que tiene la dependencia afectiva del niño centrada en sus cuidadores. La identidad personal del niño, el placer de vivir y la confianza en el mundo se configurarán en razón del grado de presencia e influencia del entorno familiar, así como del respeto, la consideración, la aprobación y el reconocimiento que recibe de sus padres y más allegados.