Por imponderables de la "salute umana", que diría el Dante, florentino por antonomasia, no he asistido a la fusión de los restos de Julián Guerra con su ría, su muelle, su mar...

Julián fue el primer amigo que tuve en Figueras, que nada más llegar me comprometió con el pregón de fiestas que llevaba con el también inolvidable Segundo. Nuestra amistad fue inquebrantable estos años. Junto al Dr. Mediavilla nos excluyeron juntos de "Amigos del Eo", donde nos había incorporado Dionisio Gamallo Fierros, por pretender el tradicional homenaje anual a Fina y Avelino, promotores de la fuerza eota del, o mejor los, Peñalba. De aquella se nos sumaron personalidades de exquisita calidad: Leopoldo Calvo Sotelo, Pérez de Castro, Rafael del Pino, Luis Ángel Rojo, Elena y Carlos Arias Fernández-Campoamor... También me atrajo a la recuperación de la Biblioteca y a la celebración del breve tiempo en que Figueras fue capital de Asturias, incluso de la España antinapoleónica.

Fue también íntimo de Manolo Avello, que huella tan profunda dejó en este periódico y en Oviedo, de la que era cronista oficial.

Tuvimos, por lo general, hermandad política aunque discrepásemos profundamente, v.g., en el conflicto de los estibadores, de cuyo sindicato barcelonés había sido líder incontestable hasta su jubilación para regresar luego a su Figueras. Buen pixoto, no olvidó nunca no sólo esa maravillosa entrada del Paraíso Natural sino que sus sentimientos de infancia estaban unidos a la llevanza cotidiana de la comida de los presos de Arnao, en cuyo campo de concentración se conocieron los padres de Javier Fernández, nuestro presidente.

Se nos ha ido sin que sus quebrantados pulmones pudieran seguir respirando este bendito aire cantábrico.

Mi recuerdo a su mujer, a sus hermanos y a Daniel, su único hijo, no menos admirable, el gran especialista en la locura que reina en Cataluña, donde le nacieron.