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Doctor en Geología y profesor de la Universidad de Oviedo

La plaza vacía

La reforma de la plaza del Ayuntamiento como símbolo del declive demográfico de Luarca

Puntual a la 1 de la tarde, la sirena de la imprenta Ramiro Pérez del Río anunciaba cada día a sus muchas decenas de empleados la parada correspondiente a la hora de comer. Los trabajadores, por aquel entonces, en el tránsito diario entre su casa y su ocupación laboral, daban vida a las calles de la villa. A una importante actividad comercial e industrial de la época se sumaba la alegría provocada por el ir y venir de los muchos niños que, entonces, acudían a los colegios Ludus, Graduadas o a "las monjas", su denominación popular. Luarca era en aquellos -no tan lejanos- años una villa con vida, que ostentaba la capitalidad económica y de servicios del noroccidente asturiano.

En los años 80 la sirena dejó de sonar. A ese silencio le siguieron otros tantos cierres de empresas, empezando a apagarse la capital de un concejo de Valdés que, por aquel entonces, rondaba los 20.000 habitantes. Cuatro décadas después, agotado casi este 2017, la cifra se ha reducido a casi la mitad, sobrepasando apenas los 12.000 habitantes. En otros cuarenta años, al actual ritmo de descenso de población, Valdés habrá vuelto a sus orígenes, previamente a la llegada del hombre a esta tierra. Si el escritor leonés Julio Llamazares conociera la realidad de municipio valdesano, no hubiera dudado en narrar su presente y su pasado de la misma forma en que certifica el abandono inexorable de los pueblos y villas de la montaña leonesa. Sus palabras serían las mismas que para su desaparecido Vegamián, algo así como que "Valdés en pocos años existirá sólo ya en la memoria de los que lo conocieron, convirtiéndose en poco tiempo sólo en un paisaje".

A lo largo del año que termina, el periodista y escritor Sergio del Molino se ha dado a conocer con su rotundo ensayo "La España Vacía", en el que analiza el terrible abandono del campo español y el consiguiente desequilibrio que se cierne entre la España rural y la urbana. Describe Del Molino una España de pueblos vacíos y urbes en auge, donde toda la franja costera se salva del acelerado éxodo de los habitantes del campo en busca de un futuro mejor o peor, pero un futuro, en la ciudad. No incluye dentro de su cartografía de tierras vacías, en su edición actual, al concejo de Valdés, aspecto que seguramente habrá de reconsiderar para una próxima reedición de su éxito editorial.

A los pocos meses transcurridos desde su inauguración, ya se ha consolidado todo un símbolo de la despoblación que acecha la villa de Luarca y que se extiende a todo el concejo. Descrita como un espacio moderno y funcional, la remodelada plaza del Ayuntamiento se ha revelado como un espacio vacío y desprovisto de vida. A excepción de las terrazas que han relanzado, en cierto modo, la actividad hostelera del entorno de la casa consistorial, el resto de la vanguardista plaza se ha convertido en un territorio de paso, en vez de continuar siendo un espacio de encuentro. Quizá el motivo sea la ausencia de jardines o juegos infantiles, acaso la causa resida en unos bancos carentes de respaldo y construidos en un ajeno y frío granito, o quizá el motivo sea que un lugar tan abierto transmite desprotección y no invita a permanecer en él. Lo cierto es que ese espacio, que siempre fue un lugar agradable y con encanto, se ha convertido en un enorme solar invariablemente vacío, en el que confluye una amalgama sin sentido de estilos arquitectónicos encabezados por dos fuentes a las que cuesta encontrarles un por qué. Nada queda ya de la esencia de aquel parque donde había conversaciones, vecinos sentados aprovechando cada rayo de sol o donde la banda sonora era la de los niños jugando. Ese parque que sólo existe ya, como diría Llamazares, en la memoria de unos pocos. Ahora, en esa plaza sólo se aprecia el vacío. Quizá el mismo vacío al que se han resignado, sin esperanza, los luarqueses y los valdesanos desde que dejara de sonar aquella sirena de la imprenta que a la 1 anunciaba la hora de comer.

Luarca tiene ya todo un símbolo, una plaza. Una plaza vacía.

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