Antes de que la relatividad nos sumiera en la incertidumbre se decía que arte era interpretar lo real o lo imaginado mediante recursos plásticos, linguísticos o sonoros, con un ideal de belleza en el horizonte. Viene esto a cuento de que los Cubos de la Memoria no tienen quién los restaure. Habrá opiniones para todos los gustos sobre el mural de Agustín Ibarrola en el puerto de Llanes, pero pocos dudarán de que es una obra de arte (yo he visto cosas que no creeríais, unas reviejas pinzas de batería de coche colgadas de una punta oxidada en una pared del Guggenheim). Y nadie debería dudar de que han sido un atractivo turístico más de la villa llanisca, que ha movido a miles de personas. ¿Merece la pena restaurarlos? A bote pronto, sí. Pero, ya que la democracia representativa cojea, podría organizarse un referéndum y que decidan los vecinos. O mejor, los vecinos, visitantes y asimilados. O mejor... ¿Por qué lo hacemos todo tan complicado?
