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El retiro de la edad madura

Vivir solo no es estar en soledad

Aquel lugar me infundía un profundo respeto. Había acudido acompañando a una amistad que visitaba a un familiar. Mientras lo hacía me quedé paseando por el jardín de aquella residencia de personas mayores que cercana a la ciudad presentaba un magnífico aspecto.

Cuando los años corren ese es, en la mayoría de los casos, el destino que conduce a la edad avanzada. Sobre un banco que se cobijaba bajo las ramas de un árbol una pareja charlaba en amena conversación. Me acerqué a ellos, les saludé con afecto y me invitaron a sentarme. Acepté con gusto. Comprendí que necesitaban compañía. Hablamos, les dejé la iniciativa y escuché sus palabras.

Sobre una infinita mirada de nostalgia descansaban las diferentes rutas de sus ya largas vidas que desgranaban acariciando sus recuerdos. Observé que necesitaban desnudar sus almas y lo hacía con desparpajo y sin reparo.

Soy de los que piensan que el pasado es el verdadero equipaje que tenemos donde archivamos todo lo vivido. El presente es aquello que tocamos con la mano y el futuro, esa esperanza que nos haga sentir la felicidad del tiempo que nos queda y que ellos llevaban con sabiduría y paciencia.

Los dos hacían balance de su pasado, dando sentimiento a sus vidas y tratando de saborear el momento actual con ciertas añoranzas, ya muy lejanas. Me detengo a contemplarlos y me admira su elegancia y su culta forma de comportarse. Sus palabras daban sentimiento a sus recuerdos, admitiendo como se fue tan fugaz el tiempo, aunque al día de hoy lo llevan con enorme dignidad y una esperanza sin límites.

Les oigo decir que han procurado traerse de su antiguo hogar algún recuerdo que les acompañe: fotografías, libros, otros objetos que les haga no vivir ausentes de su pasado. Comentan que han hecho sus amistades dentro del recinto y van ocupando su tiempo con ciertas terapias que les haga distraerse.

Ella, con un tono lleno de encanto, le animaba, mientras él la contemplaba con una especial sonrisa de tranquila calma. No sé cuánto nos quedará, decían a dúo, pero lo cierto es que ya nos hemos acostumbrado a obedecer al destino y a procurar que la felicidad permanezca. Con voz entrecortada comentaban que sólo les faltaba la sonrisa cercana de la familia y de algunas amistades que, a decir de ellos, cada vez alargaban más su visitas y sin ellas la soledad, por mucho que se controle, se hace más difícil.

Cierto es que la realidad de la vida tiene caminos complicados, lo decía Unamuno: "Los humanos tenemos tan buena memoria como mejor olvido"; sin embargo, siempre hay oasis y las personas que nos cuidan nos ofrecen cariño y afecto y saben alimentarnos de amor.

Todo esto que me cuentan es un poco el latir constante de su diario vivi dentro de ese recogimiento espiritual que dulcifique ese baño de ilusión y felicidad compartida.

Mi acompañante regresaba de su visita y tuve que suspender el hilo directo de aquella amigable e interesante charla. Antes de despedirnos me recuerdan que los mayores tenemos que descubrirnos a nosotros mismos. Me confirman que se confiesan en privado, en el deseo de seguir superándose con la prudencia precisa.

En ese apretón de manos final añaden usted ya tiene sus años, siga nuestro consejo, haga la prueba y verá cómo en el futuro encuentra esa ansiada libertad. Estoy casi seguro que siguen siendo fieles servidores de los mejores tratados de urbanidad. Me voy con la duda si en la biblioteca del centro descansa sobres sus estanterías el libro de José Antonio Molina, ese buen filósofo, "aprender a convivir". Seguro que no perderíamos esas normas básicas de convivencia que vamos perdiendo en el tiempo.

Un saludo a nuestros mayores. Yo también lo soy.

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