En fecha 15 de mayo de 2012 y con el título 'Un paso centenario sobre la ría del Sella', se publicaba en este diario un artículo sobre los tres puentes que se han construido en Ribadesella a lo largo de los años. Indagaciones más recientes, publicadas por el investigador riosellano Juan José Pérez Valle en la revista local La plaza nueva, han sacado a la luz nuevos datos acerca del primero de estos viaductos.

A mediados del siglo XIX cruzar la ría del Sella todavía constituía un problema que desde antiguo se solventaba con las llamadas 'barcas del pasaje'. Una de ellas cruzaba desde el paseo de La Grúa hasta la punta del Arenal de la playa de Santa Marina, y la otra lo hacía en la zona denominada El Alisal. Las barcas eran gestionadas por el Gremio de Mar y Puerto de Ribadesella. Una tenía por nombre 'S. Telmo', medía 739 cm de eslora, 190 de manga y 46 de puntal; la otra se llamaba 'S. Roque', medía 791 cm de eslora, 258 de manga y 74 de puntal.

Los usuarios de las barcas debían pagar por cruzar la ría a los barqueros, cuyos empleos eran otorgados mediante subasta entre los marineros del pueblo. Al tratarse de un servicio público, las cláusulas del cargo exigían que los arrendatarios de las barcas demostrasen "paciencia" y fuesen de "genio dócil y apacible". Asimismo, estaba prohibido pasar mercancía en otras barcas sin permiso del barquero, so pena de "pagar la cantidad en que fuere perjudicado".

Pero la situación resultaba insostenible debido a los inconvenientes para el transporte de los productos que llegaban por mar, el abastecimiento de mercados, la asistencia a enfermos y todo tipo de comunicaciones.

Así las cosas, en 1863 el Ayuntamiento de Ribadesella solicita a la Jefatura Provincial de Obras Públicas la elaboración de un proyecto para la construcción de un puente de madera desde el muelle Sur hasta el barrio de El Picu. El viaducto es diseñado por el ayudante de Obras Públicas José Antonio González "para ser construido en un punto que no dificultase la navegación, pensando en dar paso a buques mayores como goletas, bergantines y quizá alguna corbeta, que subían a cargar calcita de la cantera de Truyes, además de otras embarcaciones pequeñas, como lanchas y gabarras dedicadas al transporte de harinas y avellanas" (Juan José Pérez Valle, op. cit. y en sucesivas citas).

Dispondría de un tramo giratorio que dejaría dos aberturas de 10 m para permitir el paso a los buques de mayor tamaño tales como los bergantines, mientras que las embarcaciones menores podrían pasar perfectamente por debajo.

Según este primer proyecto, cuyo presupuesto alcanzaría a 350.654 reales, el puente mediría 369 m y dispondría de barandillas y dos apartaderos de 40 m de longitud cada uno. En palabras de Juan J. Pérez Valle, "sirva como referencia que el presupuesto municipal de 1864 era de 53.000 reales", de modo que la obra constituye todo un desafío para las arcas municipales.

Se establece que los fondos para sufragar gastos procedan de la venta de bienes, un empréstito amortizable con cargo a impuestos o arbitrios locales y una suscripción voluntaria entre los pueblos del concejo y otros contribuyentes forasteros. La suscripción voluntaria "fue un auténtico fracaso", de modo que se aprueban nuevos arbitrios y se decide comprar las maderas en Torre, San Pedro y Sardalla.

Pero lo cierto es que iban a surgir diversos imprevistos. Una comisión de oficiales e ingenieros de la Armada, en colaboración con ingenieros civiles, se desplaza a Ribadesella para estudiar sobre el terreno el proyecto de construcción. Dicha comisión exige la puesta en práctica de ciertas variaciones, por lo que en 1866 se redacta un nuevo proyecto en el que la longitud del puente se reduce a 362 m. La ejecución de las obras es adjudicada en subasta por 340.400 reales al único postor, el contratista gijonés Domingo Mendicuti Lejardi.

En ese momento la ría presenta dos canales con depósito de sedimentos en medio. En 1867 una fuerte riada aumenta la profundidad del canal Sur, con lo que se modifica el proyecto trasladando el tramo giratorio al lugar de más calado, y sustituyéndolo por uno levadizo que resulta más económico, más seguro y de mayor duración.

Para ese mismo año al Ayuntamiento se le han acabado los fondos, y aún faltan por construir el tramo levadizo y el estribo Norte. El primero nunca llega a construirse, lo que impedirá el paso de embarcaciones de cierto tamaño, y para el segundo se recurre a un apaño aprovechando que se apoya sobre la roca natural de El Picu.

El 9 de agosto de 1867 un espléndido puente de madera es abierto 'provisionalmente' al servicio público. Presenta una longitud de 344 m y una anchura de 3,95 m entre las barandillas, dispone de dos apartaderos de 36 y 47 m con un ancho de 5,35 m, y está sostenido por 50 empalizadas que descansan sobre pilotes.

Aunque la navegación río arriba queda interrumpida para ciertos barcos, lo cierto es que la obra constituye "todo un éxito", pues por primera vez se permite un gran tránsito de personas y mercancías entre ambas orillas

El Ayuntamiento riosellano establece un pontazgo o peaje para subsanar futuras reparaciones; pero los gastos se hacen insostenibles, por lo que el Ministerio de Fomento se hará cargo de la conservación cesando así el pontazgo.

De hecho, las mareas y las fuertes riadas generan daños que hacen necesarias numerosas labores de reparación; por ejemplo, en 1889 se hunde un tramo del puente, lo que interrumpe por un tiempo la comunicación con el lado Norte de la ría. Así pues, en ocasiones se hace imprescindible recurrir de nuevo a las barcas del pasaje.

Lo cierto es que el viaducto va deteriorándose gradualmente hasta encontrarse en 1891 en un estado lamentable. Por entonces Alejandro Mon y Martínez, diputado a Cortes por el distrito, informa al Ayuntamiento riosellano de que se ha aprobado la construcción de un nuevo puente de hierro que sería inaugurado en 1898. Ambos viaductos convivirán durante algún tiempo.

Finalmente, una vez desmantelado, las maderas del viejo puente son utilizadas como vigas por la empresa Blanco, Saro y Cía (posteriormente, El Sella); asimismo, se destinan a la construcción de un embarcadero en la desembocadura del río San Pedro, para facilitar el amarre de las embarcaciones pesqueras que surten a las industrias conserveras de Benito Suárez Rodríguez y de Izaurrieta-Arrigorriaga y Cía., ubicadas por entonces en la zona de la playa.

Así terminaron los más de treinta años de vida del puente de madera, que en su momento supuso un extraordinario avance en las comunicaciones entre las localidades ubicadas a ambos lados del río Sella.