Lo de que en 2018 se iba a celebrar en Covadonga un triple aniversario de campanillas se sabía desde hace cien años. Pero, como suele pasar en esta patria querida, casi nadie se puso las pilas hasta el último instante. De ahí que a menos de dos meses de la fecha señalada se ande aún con dudas, diretes y debates.
No fue por falta de advertencias, pues ya el anterior abad de Covadonga, Juan José Tuñón, alertaba hace más de un año sobre la inminencia de la triple efeméride y sugería a las autoridades políticas de la necesidad de actuar para poner al santuario de punta en blanco, con vistas al más que posible desembarco masivo de visitantes.
Cuentan las malas lenguas que en el Gobierno del Principado andan preocupados (utilizan otro verbo, malsonante), porque temen un "estallido" del sector turístico en la zona similar al que se vivió en los años ochenta. Otro "boom". Pero no acaban de cuadrarles las cuentas, exiguas, según juran por sus cargos. De ahí que aún no se haya decidido, por ejemplo, qué hacer en la explanada de la basílica, que presenta un estado más que lamentable, impropio de un centro de peregrinación de esa magnitud. Debe cometerse una intervención importante y adecuada al marco.
La importancia de Covadonga va mucho más allá del aspecto religioso, pues alcanza al cultural, al histórico, ambiental, al social... Al margen de creencias, muchos asturianos sienten Covadonga como algo propio, íntimo. Covadonga es la meca de Asturias. Al aunarse allí naturaleza, historia, mito y fe (cada uno decide en qué proporción), el real sitio es el principal símbolo de Asturias. Pese a lo cual durante la mayor parte de su historia se ha visto abandonado a su suerte. Eso no debe repetirse. Los poderes públicos tienen que volcarse ya con Covadonga para que en 2018 colme las expectativas de los cientos de miles de visitantes que acudirán y que le pondrán nota, que nos pondrán nota.
