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Cronista de Parres

La torre de la iglesia y el cementerio civil de Arriondas

El abandono de dos símbolos de la capital parraguesa

Después de inaugurarse la iglesia parroquial de Arriondas en 1905, hubo que esperar dieciséis años más para comenzar a construir su única torre (en el proyecto inicial estaban previstas dos). El dinero se acabó al llegar a la altura del tejado de la iglesia, con ocho metros de altura. Se retiraron los andamios y se suspendieron las obras hasta 1930.

El cura párroco don Rafael Álvarez (que lo fue entre 1927 y 1953) reinició las obras, que concluyeron el 30 de mayo de 1932. Con sus 27 metros de altura la torre está rematada con una cruz-pararrayos de 2,30 metros. Costó la torre 26.887 pts. Durante décadas las cuentas parroquiales se conocían al detalle por los feligreses, con todos sus ingresos, gastos, destinos, etc. y una junta parroquial las administraba bajo la supervisión del cura párroco, como siguió ocurriendo hasta 1981.

De modo que la iglesia estuvo veintisiete años sin torre. Operarios de la Fábrica de Armas de Oviedo cubrieron su chapitel con escamas de zinc que colocaron en 1932. Tal y como se concluyó la torre -hace ochenta y seis años- la vemos hoy. Salvo el cierre con láminas metálicas de sus cuatro huecos que fue renovado hace veinticinco años en época del párroco anterior para sustituir a las de madera que estaban deshechas o desaparecidas, nada más se ha hecho. La torre de nuestra iglesia parroquial presenta un aspecto penoso, impropio de una comunidad parroquial. Decir que en sus ochenta y seis años de existencia nadie le dio ni una sola mano de pintura o le repuso las escamas de zinc que ha perdido, es suficiente. No creo que se pueda encontrar otra torre en ninguna iglesia parroquial de toda Asturias -cuyo pueblo o villa tenga la entidad y categoría de Arriondas- en semejante estado de dejadez y abandono. Lo mismo se puede decir del entorno de la iglesia; de sus barandillas deshechas por la herrumbre y de las escaleras de acceso jamás terminadas, algo por lo que llevan esperando desde hace cincuenta y un años; sólo nos queda una última esperanza, y es que el arquitecto parragués José Miguel Cinos Garrote redacte para este entorno específico de escaleras y barandilla un proyecto acorde con la dignidad del lugar, cosa en la que ha comenzado a trabajar.

La conocida como Cruz de los Caídos -próxima al templo parroquial- tiene sesenta y tres años, y ya hace doce años que se le ha desprendido alguna pieza pétrea de sus brazos (con el peligro que conlleva mantenerla así) y nada se ha hecho para revisarla. Lo mismo se puede decir de aquellos elementos internos y externos del cementerio parroquial que -en algunos casos- llevan exactamente treinta y seis años en el más absoluto abandono, no digamos ya de los pabellones de nichos del mismo, algunos cubiertos por hiedras que superan el metro de altura.

Un capítulo aparte se merece el desaparecido cementerio civil; y digo desaparecido porque el que hasta hace no muchas décadas conservaba la dignidad que le corresponde, con sus tumbas cuidadas y a la vista de todos, ha quedado sepultado bajo toneladas de escombros e inmundicia. Nada queda de él, sólo vegetación de todo tipo, incluidos árboles de notable porte. No busque usted ni el más mínimo rastro de las tumbas de los vecinos del concejo y otros que allí siguen reposando bajo cerca de un metro de escombros. Cuando -hace unos meses- a este cronista le consultaban desde Londres sobre la tumba del ingeniero británico Mr. Burbury, fallecido en Arriondas el 20 de agosto de 1919, afirmando con seguridad que estaba enterrado en nuestro cementerio civil, tuve que responderles que dicho cementerio existe, pero sin la dignidad que se merecen los allí sepultados; una situación vergonzosa, impropia de una sociedad que se supone avanzada y con respeto a sus antepasados. De modo que este ingeniero -que en 1912 había registrado una concesión minera en Parres llamada "Eleonor", para la que en 1914 se creó en Londres la compañía "Aventure Syndicate Limited"- estará bajo la basura y la maleza acumuladas en los últimos treinta y cinco años. Cualquier tiempo pasado fue mejor, frase que pocas veces se aplica con razón, pero que sí es apropiada para el asunto que nos ocupa.

Los parragueses que nos precedieron entre 1907 y 1915 lucharon mucho por conseguir un cementerio civil que no tenían, acudieron al ayuntamiento, enviaron cartas y ruegos al obispado -que les dio largas durante seis años- para poder sepultar a quienes la Iglesia consideraba indignos de ser enterrados en el cementerio católico, léase suicidas, apóstatas, no católicos, ateos, muertos en duelo? y otros.

El 6 de julio de 1907 una comisión presidida por don José Ramón Blanco demandó que el ayuntamiento construyese un cementerio civil y, así, la primera solicitud se le remitió -once días después- al cura ecónomo Marcelino Lagranda Martínez. Dos años más tarde se volvía a solicitar el cementerio, y hubo que esperar a noviembre de 1913, cuando el obispado acabó cediendo veinte metros cuadrados, con la condición de que "fuese adosado a la parte norte del cementerio católico, entrando por la calleja que -viniendo de Cuadroveña- tiene acceso por el sitio llamado ´Campiella´, con la puerta hacia dicha calleja". Un mes después, el ayuntamiento de Parres se vio obligado a protestar ante el obispado por su racanería, al ceder tan pocos metros cuadrados, cuando deberían ser el doble. El 7 de febrero de 1914 una comisión municipal y el cura deslindaron el terreno para dicho cementerio y sacaron a subasta su construcción. El 24 de julio de 1915 se recibieron las obras, cuando se cumplían ocho años de la primera solicitud. El escrito presentado por nuestros antepasados en aquella solicitud primera de 1907, es un documento valiente, cargado de razones y duro en algunos de sus pasajes. No me resisto a publicarlo, aunque sea para que hoy nos avergüence en qué ha acabado el cementerio civil de Arriondas.

En su segunda parte, dice así aquella solicitud: "Los pueblos no pisan la verdadera senda del progreso si no poseen el civismo necesario para acatar las leyes y cumplirlas si son buenas, y si son malas, emplean aquella misma virtud para cambiarlas por los medios legales que los ciudadanos tienen a su alcance. En los centenares de millones de criaturas que la próvida voluntad de Creador diseminó por nuestro mundo, sólo una sexta parte, aproximadamente, comulga en la religión de los que así, propios, se denominan los buenos, los únicos, por ser católicos. Todas las religiones los tienen, pero en la nuestra oficial, existe una crecida parte de acérrimos intransigentes, si es que no se les debe llamar fanáticos. Pues bien, si por azares de la vida alguno de estos fervientes catolicismos pagara el ineludible tributo a la muerte en cualquier humilde aldehuela de las cultísimas naciones protestantes, se puede asegurar (porque así lo determinan sus leyes y lo practican las costumbres) que no le faltaría un bendecido lugar para descanso eterno de sus restos. Por raro contraste, los verdaderos enemigos de Cristo, hacen que Lutero parezca, indebidamente, más grande que el Redentor de los hombres. No creemos justo que una parte relativamente pequeña de la humanidad exija a los demás, lo que ella, en la mayor parte de los casos, les niega". Y similar referencia de acogida hace para los cristianos que fallecen y son sepultados en países musulmanes.

Firman este crítico documento don Jacinto Blanco y don Manuel Miyares.

La comisión -concluye escribiendo el secretario Enrique de la Grana Valdés- terminó su informe rogando a la Corporación Municipal que no desoyese la petición suplicada, confiando las gestiones, bien a la Comisión de Hacienda o a otra que el Alcalde-Presidente se dignase nombrar. La corporación aprobó el dictamen.

Ocho años debieron esperar nuestros antepasados para ver cumplidos sus deseos. Nosotros llevamos casi siete lustros con la infame situación que he explicado, sin que nadie se sonroje ni haga autocrítica.

La exclusiva de la autoridad municipal en los cementerios fue norma desde el 9 de julio de 1931, eliminando las tapias separadoras y -un año y medio más tarde- la nueva constitución republicana planteó la existencia de un Estado laico, señalando que "los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación por motivos religiosos", hasta que en 1944 -ya con el franquismo- se dictaminó que "todo municipio tiene la obligación de disponer de uno o varios cementerios católicos de capacidad adecuada a su población. Asimismo, tendrá cementerios civiles, independientes de los católicos". Estas últimas disposiciones han sido muy revisadas a finales de los pasados años 70. El antiguo cementerio civil de la parroquia de Arriondas está separado del general por una portilla metálica. Entretanto, el cementerio general se amplió dos veces, la primera en 1909 y, después, en 1955, cuando tenía 1.300 metros cuadrados y se le añadieron otros 3.859 metros más del mejor terreno de los mansos parroquiales.

Y así van pasando los años, entre el desinterés y la indiferencia?

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