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La mar de Oviedo

Cacos

En Peñaullán, dos solteras imponentes habían perdido a su hermano, que emigró a Argentina, y, como si se les hubiera muerto el Cid, para evitar asaltos en su casa, siguieron colgando sus pantalones en el tendal, durante veinte años, lo que ellas duraron en sazón. Algo así nos recomienda la policía con nuestra hacienda ante la temporada estival: que emitamos señales de fortaleza, que mostremos kimonos con cinturón negro en el balcón, que asomados por las ventanas batientes brillen cañones de ametralladora y sobre la marquesina una olla de aceite hirviendo bascule no bien asome la patita el falso revisor de la caldera. ¡Signos de poder! Yo voy a exhibir una linterna, un juego de ganzúas y un antifaz para simular que soy del gremio; o, aún mejor, colocaré a la entrada este letrero: "El inspector del gas soy yo". O esta plaquita definitiva: "¡Aquí sobrevive un escritor".

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